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La búsqueda de nuevos retos que alcanzar y superar siempre ha sido algo que el ser humano, ávido de aventura, ha inspirado desde tiempos inmemoriales; las hazañas que unos u otros antaño lograron han marcado siempre un camino y un estilo de vida que algunos amaran u odiaran por igual. Sin embargo, en el anhelo por llegar a la meta soñada, más intensa es la satisfacción de aquellos minutos que percibimos DURANTE el camino hacia esa meta. Así es como se sintió este barcelonés al posar sus pies en el techo de Noruega: muerto pero al mismo tiempo, saboreando tal glorioso momento.

Podría empezar mi relato por la parte en que me encontré ante majestuosas montañas completamente nevadas mientras una paz y una serenidad me envolvían en un silencio majestuoso. Podría. Pero tal vez sería mejor relataros desde el principio, cuando los pensamientos, intenciones y sueños se convierten en planes, y a su vez estos se tornan en realidad. Así aconteció mi aventura en el Galdhøpiggen.

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Casualidad
nombre femenino
  1. Causa o fuerza a la que supuestamente se deben los hechos y circunstancias imprevistos, especialmente la coincidencia de dos sucesos.
    «la casualidad quiso que me reencontrara con ella en una cafetería de París; por casualidad entró en una escuela de arte dramático, aunque no quería ser actriz; ¿es usted por casualidad mecánico?»
  2. Suceso casual.
    «un portavoz del sindicato calificó el incidente como una auténtica casualidad, totalmente fortuita; ¡qué casualidad, mi hijo también nació el 13 de abril!»

 

Y esta, amigos, míos, es la definición común de la palabra «casualidad», término con el que abro hoy el post. Probablemente más de uno iniciará la lectura, extrañado, pensando en qué peculiar sustancia habrá consumido este barcelonés que en sus ratos de ocio escribe esta página: No os faltará razón, a veces se me va la cabeza muchísimo, es lo que tiene vivir durante cuatro años en un país cuyos inviernos son largos y oscuros, aunque bien es cierto que estamos a las puertas del verano y la oscuridad precisamente no está haciendo gala de presencia en estos momentos, así que, no es el caso, podéis estar tranquilos; pospondré mis ratos de locura transitoria para futuros y jugosos posts.

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Sonó el teléfono a la una de la noche un viernes de libranza, el ruido era estridente y casi molesto en terrible contraste con el apacible silencio que envolvía la habitación y la casa; a decir verdad, parecía que envolvía al vecindario entero. Mi jefa, con voz apurada y a la par que soñolienta en «MODO-me han llamado a las doce de la noche y yo ya estaba en el cuarto sueño, siento importunarte a ti también ON», se encontraba al otro lado del teléfono y con aún más apuro me comentó que la compañera que debiera trabajar durante el turno nocturno estaba enferma y no encontraba a nadie quien la sustituyera (lógicamente, siendo tan tarde) y me llamaba con la esperanza de que yo  pudiera laborar ipso-facto (podía incluso escuchar el roce de sus dedos entrecruzarse que parecían susurrar en un no inaudible y sonrojante «porfa, porfa, porfa», hipérboles aparte). Tras escucharla, decidí que como estaba despierto y las noches las pagan bastante bien en este rincón del mundo, tratando de sacar del aprieto a esa encantadora mujer que tuvo bien a otorgarme la plaza fija y viendo siempre el lado positivo de las cosas (aquí podéis cantar «Always look on the bright side of life«, a lo La vida de Brian), le respondí con un tranquilizador «Ja, jeg kan jobbe, ikke beskymre deg» (Si, puedo trabajar, no te preocupes).

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Mil cuatrocientos sesenta días, treinta-y-cinco mil cuarenta horas o dos millones ciento dos-mil cuatrocientos minutos es lo que hasta ahora he podido vivir durante este tiempo en Noruega, desde que un tres de Mayo de 2013 mis pies se posaron por primera vez en suelo noruego. Tiempo que por mucho que yo trate de cuantificar de diversas maneras, nunca logrará resumir esos miles de momentos que mis pupilas, mi piel y mis pies han logrado experimentar: paseando por las calles de Oslo, notar el sudor frío por mi espalda mientras bailaba sobre la escueta roca del Kjerag, contemplando el fiordo en lo alto del Trolltunga o tomando una Ringnes junto a mis compañeros de aventura en Drøbak mientras veíamos el Clásico.

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Es realmente curioso como un simple regreso a la ciudad que te vio nacer, aunque sean por unos pocos días, tiene un efecto tan revitalizante. Lo necesitaba: Sentía una gran y tangible mezcla entre debilidad y abatimiento en mi interior desde hacía ya algún tiempo y la sensación de agobio junto con el anhelo por perder de vista mi habitación y Elverum se habían acrecentado con el paso de los días. Por ello decidí comprar unos billetes para volar hasta Barcelona y poder tener unos días de «recogimiento» junto con mi familia y amigos, algo que puedo jurar, hasta la fecha nunca había experimentado; los que me conocen saben que soy un individuo mas bien poco apegado y sin embargo, esa nostalgia por ver las calles de mi barrio, el familiar olor que solo la Ciudad Condal posee y las risas de papá, mamá y toda la familia que uno pudo escoger, es algo ha ido creciendo y creciendo con el paso del tiempo durante mi gélido invierno interno y externo en la capital de Hedmark

Súbitamente, entre etéreos pensamientos y canciones de indie folk que inspiran los más melancólicos viajes, me hallaba volando hacia casa mientras escuchaba Oh My Sweet Carolina de Ryan Adams y leía «Salvaje» de Cheryl Strayed, un libro que adaptaron a película, que me ha inspirado con cada página y cuyo apellido de la autora reflejaba mi estado actual («strayed» en inglés significa «extraviado»). Mientras terminaba la novela y llegaba al apartado de agradecimientos descubrí la palabra que lleva el título del post de hoy: Miigwech. Es una palabra de origen ojibwe que significa «GRACIAS», no solo en el sentido básico de la palabra; es un GRACIAS totalmente impregnado de humildad. Me encantó esa palabra, su significado incluso su sonoridad. Es por ello que muestro hacia vosotros mi lado más personal un día más. Aún así, dejad que os relate mis días de reencuentros y «recogimiento»… dejad que cuente mi camino hacia el agradecimiento más profundo.

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Bueeeeeeno, vaaaaaale…. cierto que este post no tiene nada que ver con mi estancia en Noruega, mi trabajo como enfermero o con mis cavilaciones particulares mientras transcurre mi tiempo entre fiordos, trolls y rubios seres de ojos azules.

Aún así, tenia ganas de escribir este de hoy, puesto que soy un amante del arte cinematográfico (si, amigos, soy ese freak al que le resulta incapaz de recordar que comió ayer pero puede interpretar cualquier dialogo de cualquier película… podéis ponerme a prueba algún día) y últimamente, urge en mi la necesidad de búsqueda de películas que me inspiren y emocionen y es por ello que hoy nombraré diez películas que han conseguido calar en mí en todos los aspectos y alimentan mi espíritu Wanderlust (que ya de por si es muy muy muy grande) y ya aprovecho la tesitura para comentar que en breve abriré en este blog otra categoría relacionada con los viajes que voy a hacer fuera de Noruega (¡¡Aishhh, estoy entusiasmado!!!)

Soy consciente de que esta lista se parece a otras tantas mil que circulan por Internet y cualquiera puede hallarlas buscando en Google. También soy consciente de que las películas, unas más que otras pueden ser consideradas por unos u otros, obras maestras o autentica basura, pero A) no soy crítico de cine y B) me dejo llevar por el simple y sano placer de disfrutar una velada de cine particular, sin la necesidad de ser crítico con la historia, así que, querido lector, si estas tentado a realizar una crítica en contra de mis gustos cinematográficos y/o a mi criterio, te ahorro el drama de tener que responderte si decides escribir algo en el apartado de comentarios…

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«Vuélveme a contar aquella historia. Van ochenta veces, pero vértela narrar es pura gloria. Dichosos los momentos donde las almas claman “¡Abajo los lamentos!¡Arriba los que aman!”

Retumba en mi cabeza esta estrofa mientras camino parsimoniosamente bajo el frío que lentamente abrasa mis pulmones al inhalar. Ando, paso a paso, con una sonrisa esbozándose en mi cara mientras «Voy a celebrarlo» de Lágrimas de Sangre -mi canción favorita ahora mismo- suena por los auriculares. Siempre logra hacerme sonreír aunque hoy, otro motivo logra que deambule alegremente hasta mi casa aunque sean las seis de la mañana, sea de noche en Elverum y las gélidas calles aun no estén puestas aún: Acabo de dejar a mi amiga Sandra a la estación de bus para que ella pueda llegar al aeropuerto y tome un avión de regreso a Barcelona, tras una corta pero balsámica estancia en Noruega: su primera vez aunque no la ultima, pues asegura le ha encantado y volverá.

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Desde luego, hay despedidas que no saben a amarga hiel, sobretodo cuando dichas visitas dejan su huella y su energía, logrando que uno recargue las pilas que inexorablemente se desgastan con el oscuro invierno del Norte y la asesina nostalgia que acongoja de vez en cuando por tener tu hogar y a los tuyos tan lejos.

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Hace ya unos meses que, en un arrebato aventurero por alimentar mi espíritu Wanderlust, decidí hacer el petate y volar hacia Svalbard, un archipiélago compuesto por un grupo de islas, situado en el Océano Glaciar Ártico, concretamente a 78 grados Norte. La idea de mi viaje era en principio, ver ballenas, osos polares y auroras boreales, ya que la zona es propensa a poseer las tres cosas con posibilidades mas que generosas. Así que, con tremenda emoción y poca vacilación, compré los billetes de avión (que por aquella época resultaban bastante económicos con Norwegian), busqué alojamiento para tres noches y contraté algunas excursiones que a simple vista vaticinaban horas de aventuras y paisajes inolvidables, tratando eso si, de coordinar horarios entre todas ellas. Y al llegar el gran día, el autobús de Elverum me trasladó hasta el aeropuerto de Oslo-Gardermoen para ponerme en marcha hacia rumbo norte.

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Posando mis pies en Longyearbyen Lufthavn. Foto: Bruno Aldrufeu Quiñonero

Tras un vuelo de tres horas, llegué al aeropuerto de Longyearbyen, próximo al asentamiento que recibe su mismo nombre y quizás el más grande del archipiélago, concretamente en la isla de Spitsbergen. A la salida de este, nos esperaba un bus enlace que realizaba un tour a través de la ciudad, repartiendo a todos los turistas por los diversos hoteles y albergues del lugar y el mio, era el último en el extremo opuesto, el Gjestehuset 102: Albergue asequible, modesto y limpio aunque algo alejado del centro, pero buscando siempre el lado positivo de las cosas, brinda la oportunidad de hacer caminatas y realizar cantidades ingentes de fotografías.

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¡Hola, estimada Taza de Pizarra, cuánto tiempo! Te preguntarás dónde habré estado y qué ha sido de mi vida durante todos estos meses. La verdad, es que si bien es cierto que yo mismo no sé donde he estado, el tiempo apremia incansablemente y los días se han tornado meses en un suspiro. Con sinceridad me encantaría decirte que he estado realmente ocupado viajando, visitando lugares increíbles, conociendo a personas maravillosas pero te estaría mintiendo así que no lo voy a hacer. En realidad he dejado que el tiempo pase de forma lánguida mientras he ido realizando mis quehaceres habituales en Elverum, la ciudad que me acoge y me encantaría decirte que mis días están siendo maravillosos, sobretodos en estas fechas donde la gente se reúne y comparte ese breve atisbo de tiempo en hermandad, pero volvería a mentirte, así que no lo voy a hacer.img_1798

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Cierro mis ojos cansados y mi cabeza abotargada, fruto de una noche larga y lluviosa de trabajo, me transporta a ese tres de mayo del 2013 que cambió radicalmente mi vida. Dentro del amplio y aséptico Aeroport del Prat estaba con mis padres, junto con mis compañeros de aventura, cuyas caras sonrientes no podían esconder la alegría y el nerviosismo por el acontecimiento que se acercaba. El nudo en mi estómago iba en crescendo mientras me despedía de mis padres con esos abrazos y besos que no necesitan adornarse con palabras. A buen entendedor, pocas palabras bastaban. Ya se dijo todo lo que debía decirse. O quizás no: El ser humano es estúpido y siempre espera a alejarse de alguien querido para sincerarse y expresar los sentimientos que a causa de la rutina, el orgullo o simplemente, la propia idiosincrasia para expresarse, hacen que si los vomitemos en la lejanía. Sea cual sea el motivo, la respuesta siempre es y será la misma:

Nunca dejéis de decir “Te Quiero” a las personas que amáis, nunca sabréis cuando será la última vez que podréis decírselo.

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