
Cinco grados bajo cero. Mi respiración pesada fluye de mi boca en forma de vaho y se eleva a través de mis hombros mientras sigo avanzando a trote suave por el helado sendero que me lleva a la playa. No me dirijo a la encantadora Paradisbukta, a decir verdad, no sé a dónde mi dirijo, tan sólo sé que el frío y la oscuridad me rodean, me acompañan en mi sesión de ejercicio y mis piernas, curtidas por el frío noruego y por numerosas sesiones de running, me llevan a dondequiera que me lleven. Mientras la oscuridad y la densa niebla se ciernen sobre mi, sólo me acompañan el absoluto silencio y el sonido del hielo y la nieve crepitando bajo mis pies, enfundados en mis zapatillas de deporte, que a su vez llevan adheridos los crampones para poder desplazarme sin que el hielo consiga abrirme la crisma. El crepitar del hielo bajo mis pasos y como no, la música de mis auriculares inhalámbricos, me acompañan por el penumbroso y gravoso sendero, abrazado de forma perpetua por el bosque sombrío. Noche, niebla, bosque tenebroso, absoluto silencio y mi solitaria presencia; se reúnen todos los ingredientes para que el clásico de terror cobre vida y tras un arbusto aparezca una figura imponente y maligna, portando un cuchillo de gigantescas dimensiones y de un diestro tajo me arrebate la vida y desaparezca de este mundo para siempre.
«Sólo falta una buena canción«, pienso. Uso mi móvil para la música mientras corro y mi aplicación favorita es Spotify. Para no hacer las sesiones de entrenamiento tediosas y repetitivas, siempre uso la opción de sesión aleatoria, es decir, la reproducción de la sesión no va ordenada, sino que Spotify reproduce a su voluntad.
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