Archivos de la categoría ‘Noruega 3.0’

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Una vez más, amigos míos, nos encontramos en este espacio, tras una larga (larguísima) pausa desde la última vez que tecleé en Taza de Pizarra. Disculpad mi tardío post, la verdad, desde que llegué a Barcelona tras mi paso por ese fantástico lugar llamado Elverum, no he parado de mantenerme ocupado: Cursos de enfermería, carreras de obstáculos, servicios de Cruz Roja y más de una y mil excusas para no estar frente al portátil. Hoy, he decidido poner al día mi pequeño espacio particular y relataros lo acontecido desde junio hasta hoy día.

Con la verdad en el corazón, quisiera deciros que me encantaría relataros como transcurrió mi paso por Elverum con todo lujo de detalles, pero llevo tanto tiempo sin escribir y el paso del tiempo es tan largo ya, que el recuerdo de este es un poco difuso. Solo me queda decir que he vivido una etapa muy dulce y he conocido a personas excepcionales en este pequeño municipio de Hedmark. Aun así, trataré como siempre, narraros a mi manera (épica, como si fuera Partida y Regreso a la Tierra Media)

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«EIN HÆLV KÆLV LÅG I ÆLVA Å FLAUT«.

No, no he aprendido arameo ni élfico. Ni he escrito algo que ha sido transcrito a lo «discos que cuando se oyen del revés, revelan mensajes ocultos» y otras historias de «Cuarto Milenio». Mucho menos he sido poseído por Satán y en medio de mi particular posesión estoy hablando en su jerga más coloquial. Lo que habéis leído es una frase en trøndersk, uno de tantos dialectos que uno puede hallar en Noruega y que precisamente, se habla en la región (Nord-Trøndelag) donde se encuentra la ciudad donde resido.

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Tecleo rápidamente estas lineas con mi mano izquierda mientras contemplo y sostengo con la otra mano, el frío trozo de metal de forma circunferencial, embellecido en rojo y ataviada con una cinta roja. Eso que todo el mundo puede identificar como «medalla». En el reverso de esta, puedo leer con orgullo y ya con un ligero atisbo de nostalgia, «FINISHER Tough Viking Oslo 2015» y mientras lo leo, me percato de que, nunca cinco palabras habían podido albergar tanta gloria. Una gloria que ya nadie puede arrebatarme.

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La Tough Viking. Foto: Tough Viking Official Website

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Recorrido de la TV en Oslo. Foto: Tough Viking Official Website.

Durante toda la jornada del pasado sábado, treinta de Mayo, Oslo acogió a un millar de corredores, mayoritariamente noruegos aunque también provenientes de otras partes del mundo, para concursar en una carrera de obstáculos que recibe el nombre de Tough Viking, una emocionante carrera de cinco kilómetros por los extensos alrededores del Vinterpark, donde uno debe sortear, aparte del abrupto y nada cómodo terreno de pista de esquí, dieciséis obstáculos (por ejemplo, saltar brasas ardientes, levantar y mover una pesada rueda de tractor o recorrer un estrecho pasillo con largos cables eléctricos de diez mil voltios colgados en el techo tocándote el cuerpo mientras una persona se encarga de remojarte con una manguera). No se trata de una carrera en la que uno participa para ganar o perder: en mi modesta opinión, cualquier persona que se atreve a correr una carrera de este tipo y es capaz de terminarla, debería considerarse ya un ganador, independientemente de si llega el primero o el último. Quien haya oído hablar de las Spartan Race de todo el mundo, puede considerar la Tough VIking como la homologa de los países escandinavos. Obviamente, si la Spartan Race cuenta con modalidades que van desde los cinco hasta los veintidós e incluso cuarenta y dos kilómetros con sus correspondientes obstáculos diseminados a lo largo de esta, la Tough Viking también corresponde a su homologa en cuanto a distancias se refiere.

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Muy buenas, mis queridos lectores, a continuación os voy a relatar lo acontecido a mi visita a Bergen desde  día siete hasta el once de mayo, días que libraba en el trabajo y debía aprovechar para visitar la ciudad que tan bien me han hablado. Sé que ya estamos a día diecisiete (y por cierto, ¡Feliz Día de la Constitución a todos los noruegos! ¡Gratulerer med da’n!) y llega un poco tarde pero por desgracia, no he podido sentarme tranquilamente antes, para narrar mis pequeñas grandes aventuras en la segunda ciudad más grande de Noruega (varios turnos de noche, descarga masiva de fotografías con el consiguiente tiempo de espera y alguna que otra mala excusa pero suficiente para cerrar el blog unos días y dedicarme a trabajar-vegetar-comer-vegetar).

No podría iniciar mi relato sin antes explicar, obviamente, los días y semanas previos a mi viaje, en los que planifiqué vuelos de ida y vuelta y la logística del mismo. Debo decir que antes de buscar un hotel, estuve tratando de localizar alguna alma caritativa que pudiera ayudarme con el alojamiento por un brevísimo lapso de tiempo, ya que Noruega es un país caro y el alojamiento de un hotel de cuatro noches vaticinaba una hiriente factura a mi economía. Hablando con Lola, una amiga tatuadora que iba a la Bergen Tattoo Convention y a la cual iba a encontrarme con ella, me comentó que había unos algunos hoteles baratos en el centro pero francamente, aparte de seguir siendo caros, no necesitaba una habitación de hotel para visitar Bergen, ya que mi intención era pasarme todo el día en la calle, visitando lugares y fotografiando monumentos. La solución la encontré en Booking.com (si alguno no la ha usado aún, esta aplicación es estupenda para hallar alojamiento de todo tipo en cada rincón del globo); alojamiento en el albergue Piano Hostel, tres noches por ochocientas cincuenta coronas (unos cien euros aproximadamente). Leí los comentarios dejados por antiguos usuarios del lugar y terminó por convencerme. ¡No se hable más!, ¡Al Piano Hostel hay que dormir!

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Antes iniciar mi relato del día (en este caso, de la noche), dejadme que aclare que significa «Rus» y «Bakrus«. Rus viene a ser cuando una persona ingiere una cantidad de alcohol suficiente como para ver sus habilidades motrices, cognitivas, así como también su personalidad, pueden llegar a estar mermadas o aceleradas, en tal caso, modificadas en comparación a su estado normal. Vamos, pillar una moña, una cogorza, una santa borrachera en la lengua más coloquial. Es lógico suponer que si Rus es el cebollón, el Bakrus será el síndrome de abstinencia derivado de la ingesta excesiva de alcohol o llámese comúnmente LA RESACA. Dicho esto, estoy en condiciones de iniciar este relato tan fantástico, esperando como no, que sea del agrado de mis fieles seguidores. Todos los que me conocen verdaderamente saben que, en cierta manera, me gusta darle un tope épico a cualquier situación que vivo, cosa que veo o hago, incluso haciéndome una tortilla a la francesa puede parecer que hallo el Santo Grial entre la clara y la yema. Vayamos, sin más preámbulos, a poner agua a la harina, que ya me veo capaz de seguir una introducción apoteósica y faraónica.

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Tras muchísimos problemas para acceder al blog, finalmente he dado con la solución y puedo, al fin, explicaros lo que ha acontecido todo este tiempo de silencio. Como siempre, pido disculpas por la demora a todos vosotros, que me seguís y espero que con este post, pueda redimir dicha tardanza.

Bien, tal como podéis observar en la imagen, aparezco yo, junto a mi familia (de izquierda a derecha, mi abuela Nuri, Marina, mi cuñada y mi hermano Joan), soplando las velas de mi trigésimo cuarto cumpleaños. Si, efectivamente, pude celebrarlo junto con mi familia en Barcelona, pero dejad que relate lo acontecido por el principio.

Esta vez tenía ganas de poder celebrar el evento en familia y cerca de los amigos, así que decidí viajar a Barcelona. Compré los billetes de avión y decidí que la estancia sería de ocho días, suficientes para cargar pilas, reunirse con la familia, ver a algunos amigos y de paso, hacer algunas gestiones que en la lejanía, me es imposible realizar. Ocho días trepidantes en que debía repartir mi tiempo y comprimir las visitas a mis conocidos como si de visitas de médico se trataran. Huelga decir que, las visitas de médico nunca me han gustado pero bien, que le vamos a hacer. Espero que en la próxima visita pueda disfrutar de la compañía de todos vosotros por un tiempo más prolongado.

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Cinco grados bajo cero. Mi respiración pesada fluye de mi boca en forma de vaho y se eleva a través de mis hombros mientras sigo avanzando a trote suave por el helado sendero que me lleva a la playa. No me dirijo a la encantadora Paradisbukta, a decir verdad, no sé a dónde mi dirijo, tan sólo sé que el frío y la oscuridad me rodean, me acompañan en mi sesión de ejercicio y mis piernas, curtidas por el frío noruego y por numerosas sesiones de running, me llevan a dondequiera que me lleven. Mientras la oscuridad y la densa niebla se ciernen sobre mi, sólo me acompañan el absoluto silencio y el sonido del hielo y la nieve crepitando bajo mis pies, enfundados en mis zapatillas de deporte, que a su vez llevan adheridos los crampones para poder desplazarme sin que el hielo consiga abrirme la crisma. El crepitar del hielo bajo mis pasos y como no, la música de mis auriculares inhalámbricos, me acompañan por el penumbroso y gravoso sendero, abrazado de forma perpetua por el bosque sombrío. Noche, niebla, bosque tenebroso, absoluto silencio y mi solitaria presencia; se reúnen todos los ingredientes para que el clásico de terror cobre vida y tras un arbusto aparezca una figura imponente y maligna, portando un cuchillo de gigantescas dimensiones y de un diestro tajo me arrebate la vida y desaparezca de este mundo para siempre.

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La oscuridad se cierne sobre mi. Foto: Extraída de http://www.randomlocalguys.com

«Sólo falta una buena canción«, pienso. Uso mi móvil para la música mientras corro y mi aplicación favorita es Spotify. Para no hacer las sesiones de entrenamiento tediosas y repetitivas, siempre uso la opción de sesión aleatoria, es decir, la reproducción de la sesión no va ordenada, sino que Spotify reproduce a su voluntad.

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Como los domingos en la apacible Sola transcurren muy lentamente -casi perennes y aburridos- y a medida que el «Invierno se acerca» (mencionando a Ned Stark en Juego de Tronos),  acortándose cada vez más sus horas de luz, decidí que podría vencer la pereza dominguera y realizar una excursión, aprovechando el esplendido día que una de las regiones más lluviosas de Noruega me ofrecía. Me calcé las botas y tras procurarme de mi paravientos, mi chaqueta impermeable «For if the flies» y prepararme unos bocadillos de jamón ibérico (cortesía de Papa & Mama), salí de casa, bostezando y soñoliento mientras la ligera brisa mañanera y los primeros destellos de luz terminaban por despertarme, poniéndome en marcha.

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En el post de hoy aprovecharé para relatar dos excursiones que Lola (mi inestimable colega enfermera/compañera de aventura) y yo, al disponer de fiesta, pudimos realizar en dos días diferentes. Debo comentar que sendos días tenían en común dos cosas: el festivo en si y el horrible día que amenazaba tormenta apocalíptica pero aún así, respiramos hondo, echamos mano de nuestros tarjeteros y mejor calzado y salimos de casa con aire triunfante hacía la aventura.

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 El día amanece encapotado aunque los tímidos rayos de sol penetran a través de la cortina de mi habitación. Me levanto y compruebo el calendario, tercer día en Sola (se pronuncia /SULA/), un municipio de veintiún mil habitantes, ubicado en la provincia de Rogaland y a tiro de piedra del modesto aeropuerto de Stavanger, cuyos aviones aterrizan y despejan continuamente mientras los vislumbro a través de la ventana. Me hallo actualmente en un lugar bastante tranquilo, cercado por casas de construcción típicamente noruega y los jardines, setos y parques abundan por doquier. El apartamento donde estoy ubicado en cuestión, es amplio y tiene cuanto necesito (bueno, eso y una televisión de plasma de 50 pulgadas donde ver películas como Dios manda, también) y está bastante cerca de mi lugar laboral.

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