Posts etiquetados ‘Oslo’

 

Hola de nuevo, queridos amigos lectores de este espacio mío que había dejado olvidado en algún rincón del ordenador y también de mi mente. Ha pasado una eternidad y francamente, no sabría por dónde empezar. Imagino que empezaré por el principio, disculpándome por tan larga ausencia debida a la falta de tiempo, viajes, ritmo de vida, quehaceres diarios, cambios en las prioridades e incluso falta de motivación. Fuera el motivo que fuera, más de dos años han pasado desde la última vez que publiqué mi última aventura realizada en 2018… pero aquí estamos, mis queridos amigos de La Taza, de nuevo con ganas renovadas de escribir y plasmar vivencias, como siempre, no por un afán exhibicionista o por necesidad de explicar mi vida (me gusta plasmar mis vivencias con cierto detalle y fidelidad a la realidad, pero creo que a nadie le interesa conocer qué he desayunado esta mañana o con quien me tomé una cerveza hace dos semanas 😉 ), sino más bien con el objetivo que siempre me empujó a iniciar este blog: Informar y mostrar a mi familia y amigos qué era de mi vida en las tierras nórdicas.

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Mil cuatrocientos sesenta días, treinta-y-cinco mil cuarenta horas o dos millones ciento dos-mil cuatrocientos minutos es lo que hasta ahora he podido vivir durante este tiempo en Noruega, desde que un tres de Mayo de 2013 mis pies se posaron por primera vez en suelo noruego. Tiempo que por mucho que yo trate de cuantificar de diversas maneras, nunca logrará resumir esos miles de momentos que mis pupilas, mi piel y mis pies han logrado experimentar: paseando por las calles de Oslo, notar el sudor frío por mi espalda mientras bailaba sobre la escueta roca del Kjerag, contemplando el fiordo en lo alto del Trolltunga o tomando una Ringnes junto a mis compañeros de aventura en Drøbak mientras veíamos el Clásico.

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La locura ha vuelto. Volvimos a la guerra con esa sensación que tiene uno cuando la adrenalina se le sube por la espalda y recorre cada poro de su piel hasta hacer que esta se constriña en un gran estremecimiento y un sudor frío. La Tough Viking de Oslo llegó. Y llegó en una edición muy diferente a la anterior por diversas razones que por supuesto, un servidor os va a narrar con todo lujo de detalle.

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«EIN HÆLV KÆLV LÅG I ÆLVA Å FLAUT«.

No, no he aprendido arameo ni élfico. Ni he escrito algo que ha sido transcrito a lo «discos que cuando se oyen del revés, revelan mensajes ocultos» y otras historias de «Cuarto Milenio». Mucho menos he sido poseído por Satán y en medio de mi particular posesión estoy hablando en su jerga más coloquial. Lo que habéis leído es una frase en trøndersk, uno de tantos dialectos que uno puede hallar en Noruega y que precisamente, se habla en la región (Nord-Trøndelag) donde se encuentra la ciudad donde resido.

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¡Goool!, gritaba yo con la entrada a portería de Neymar que hacía adelantarse al marcador el F.C. Barcelona del Real Madrid, mientras miraba sonriente a Carlos y a Benjamín, los dos del equipo merengue, llevándose las manos a la cabeza. Y mientras bebíamos en pequeños sorbos la cerveza fría, disfrutábamos de la entretenida velada del Clásico en un bar de Drøbak, una apacible ciudad pesquera que forma parte del condado de Akershus, situada a un cuarto de hora en coche de Ås y localizada a cuarenta kilómetros al sur de Oslo. Por desgracia, la noche ya había llegado, así que la posibilidad de realizar algunas fotografías de la ciudad, de su puerto ataviado de embarcaciones de todo tipo, de sus estatuas y de incluso, de la casa de verano de Papa Noel, quedan relegadas a otro día que disponga de la luz del sol.

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Benjamín y yo, disfrutando del Clásico. Foto: Alba Gracia Sierra

Pero antes de seguir el hilo de la historia, voy a hacer un parón y voy a realizar un pequeño salto en el tiempo al pasado, concrétamente, a la noche del día anterior. Nos encontrábamos en la misma ciudad y en el mismo bar, tomando algo, Nerea, Carlos, Alba y yo, en las mesas del exterior del local, bajo el abrigo de un pequeño radiador; huelga decir que la temperatura era baja, pero lo suficientemente razonable como para disfrutar de un refrigerio, tapados con nuestros mejores abrigos. Estábamos conversando de nuestros asuntos cuando de repente, una voz a nuestro lado exclama: –¡La hostia, si sois españoles!– Nos giramos todos hacia aquel hombre que había exclamado aquello, y así es como conocimos a Benjamín, un leonés de pequeña estatura de pelo canoso y sonrisa pícara. Benjamín es un hombre que durante toda su vida ha viajado constantemente en busca de trabajo y que finalmente, sus pies lo pararon aquí desde hace treinta años, casándose con una noruega. El acento de León aun era palpable en su habla, pero también se puso a chapurrear algo en serbio, alemán, francés, chino y como no, noruego, aunque tal como él nos dijo: Yo hablo en todos los idiomas y en ninguno. Lo más gracioso es que Nerea le reconoció enseguida, ya que ese particular y simpático individuo salió en una de las entregas de Españoles en el Mundo (clicando el link, podréis ver a Benjamín en el minuto 23) y al decírselo, ese hombre nos sonrió pícaramente, como diciendo Me habéis pillado, granujillas. Estuvimos charlando con él sobre su vida y sobre la nuestra, hasta que Carlos le comentó que estábamos buscando un lugar donde ver el Barça-Madrid y el hombre, se puso recto, con un rictus serio en su rostro y nos dijo: –Eso está muy claro, os pasáis mañana por mi restaurante a tomar algo y luego, nos venimos aquí a ver el partido, a ver como el Madrid funde al Barça-. Entre risas, decidimos que así lo haríamos.

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¡God Morgen! Después de haber cargado las pilas con un sueño reparador posterior al viaje de ida, de haber desayunado y comido como Dios manda, estoy en condiciones de relataros lo acontecido ayer. Ahí va:

De Barcelona a Steinkjer

Llegué al Aeroport del Prat a eso de las 10:30h, acompañado de mis padres como comité de despedida y al entrar por las puertas de la terminal 2 me encontré de inmediato con mi compañera de estudios noruegos, Alba, una maña majísima, junto con una amiga, y puedo decir que al verla, la saludé como si la conociera de toda la vida. Poco después, lo mismo pasó con Lara, acompañada de su pareja, ambos vascos. Y finalmente, Irene, de Elche, se encontró con nosotros, finalizando así el numero de viajeros hacia tierras nórdicas  En nosotros se respiraba un ambiente de nerviosismo, entusiasmo y emoción de difícilmente podíamos reprimir.

ImagenMientras hacíamos cola para facturar el equipaje, no había lugar para tristezas ni preocupaciones, solo el júbilo, esa sensación agradable de vértigo y la satisfacción de conocer a una parte del grupo de 15 enfermeros elegidos que seriamos compañeros de residencia y al mismos tiempo, posiblemente, grandes amigos. Llega el turno de Irene para facturar su equipaje, y entre risas comprobamos que había calculado bien el peso de su equipaje por que entre las dos maletas había un peso de 39,5 kilos. Lo mismo sucedió con Alba, cuyo equipaje no excedió al permitido. Pero llegó el momento de facturar el mio y pudimos comprobar que, efectivamente, los 3 kilos de embutidos (cortesía de mis queridos padres) y un exceso de ropa hacían que mi equipaje llegara a los 47 kilos de peso (¡casi nada!). Menos mal que Lara y yo cambiamos un par de maletas para que las cuentas salieran. Y las cuentas salieron.

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