En el post de hoy aprovecharé para relatar dos excursiones que Lola (mi inestimable colega enfermera/compañera de aventura) y yo, al disponer de fiesta, pudimos realizar en dos días diferentes. Debo comentar que sendos días tenían en común dos cosas: el festivo en si y el horrible día que amenazaba tormenta apocalíptica pero aún así, respiramos hondo, echamos mano de nuestros tarjeteros y mejor calzado y salimos de casa con aire triunfante hacía la aventura.
Museos de Stavanger
Tras recorrer en autobús los dieciséis kilómetros que separan Sola de Stavanger, llegamos finalmente al centro de la ciudad y tal como expuse anteriormente, el cielo gris vaticinaba el Día del Juicio Final Acuático… y como Dios avisa y no es traidor, la lluvia hizo presencia nada más poner nuestros pies en el empedrado de las calles. Anduvimos hasta llegar al Peder Klows Gate 30, lugar donde se ubica el Museo Arqueológico de Stavanger, un museo dedicado al estudio del hombre antiguo, desde la Prehistoria hasta la Edad Medieval. Entre sus piezas mas destacadas se hallan objetos (e incluso cuerpos) con tres mil años de antigüedad, encontrados en las orillas del Fiordo de Hafr.

ANÉCDOTA DEL DÍA: Encontrar un poste con la M del McDonalds en una maqueta a escala de un poblado vikingo. Hasta los Hombres del Norte no podían resistirse a un Big Mac. Foto. Bruno Aldrufeu Quiñonero.
Pagando unas cincuenta coronas, pudimos pasear entre vitrinas plagadas de hojas de hacha, espadas, cuencos y rudimentarias vajillas, piezas de hierro, plata y oro… e incluso se nos informaba a través de una gran mapa, de todos los viajes de conquista que los poderosos hombres del Norte realizaron en sus saqueos estivales. Resultó realmente curioso toparse con una vitrina que contenía los restos de dos personas enterradas con años de antigüedad de diferencia, cuyos restos se veían rodeados por los ornamentos y todo aquello que el Todopoderoso Tiempo y la ausencia de saqueos no ha logrado hacer desaparecer. O incluso el esqueleto menudo de un niño de quince años al que sorprendieron y aplastaron su débil cráneo y fue encontrado miles de años más tarde, en la posición en la que feneció. Enormes rocas con inscripciones en rúnico atestiguaban que el pueblo vikingo también poseía lenguaje y se comunicaban y no mediante ruidos guturales y golpes de hacha, como algunos pueden creer.
Tras terminar el tour por el museo (que a nuestro entender, nos pareció más bien escaso considerando que nos hallamos en Noruega, cuna de los vikingos y esperábamos encontrar más evidencias y objetos encontrados y traídos a esta exposición), salimos de este para darnos cuenta de que no solo no había cesado de llover sino que iba a peor. Mojados pero no traspuestos, seguimos caminando unos cinco minutos hasta llegar al Museo de Stavanger, un antiguo edificio que alberga en sus tres plantas, una exposición zoológica completa donde uno puede ver disecados todo tipo de mamíferos, reptiles y restos óseos de grandes cetáceos o parte de la antigua planta de Envasado ubicada en Ovre Strangt donde uno puede descubrir el ambiente en una fabrica en la década de los años veinte. También hallamos una exposición sobre el proceso de gestación humano y varios utensilios médicos y quirúrgicos de principios del siglo pasado que ahora solo sirven para alimentar la curiosidad de los visitantes del museo.
Tras salir del edificio y comprobar que, como no, la lluvia iba a peor, anduvimos por las serpenteantes calles de Stavanger y llegamos a la conclusión de A) hay que llevar un paraguas en la mochila SIEMPRE y B) cuando tu profesora de noruego te diga No debéis llevar paraguas a Noruega por que con el aire se rompen, y compruebes que media Stavanger lleva paraguas del tamaño de un parasol de chiringuito de playa, omite a la profesora y haz caso al del paraguas-parasol de chiringuito de playa. Al llegar a casa, desprenderse de tres kilos de ropa y zapatos completamente mojada fue un esfuerzo titánico que se pagó con una buena comida y una merecida siesta.
El Preikestolen
Siguiendo el mismo trayecto realizado para ir a Stavanger, Lola y yo recorrimos la carretera que llega a la ciudad para poder tomar el ferry Lauvvika-Oanes que nos lleva a Tau, el pueblo que se encuentra a la otra orilla de Stavanger, separada por dos kilómetros de fiordo. A la llegada a Tau, un autobús turístico recorre los lares de subida hasta las faldas del Preikestolen, o también conocido como El Púlpito o La Roca del Púlpito, una plataforma de roca maciza que se eleva a 604 metros sobre el nivel del fiordo y desde allí uno tiene el privilegio de presenciar una majestuosa y espectacular vista panorámica del Lysefjorden, un gigantesco fiordo por donde cruzan transatlánticos repletos de turistas atraídos por la llamada de la naturaleza nórdica. Se trata de una verdadera excursión cuyo trayecto empinado y suelo irregular de roca y tierra lo convierte en una expedición espectacular. Dos horas de subida, dos horas de bajada en un recorrido de aproximadamente cuatro kilómetros, ni más ni menos.
Iniciamos el camino con cierto júbilo, topándonos con otros turistas que ya hacía horas habían llegado a la cima y en ese instante descendían lentamente y nos saludamos, cruzando entre nosotros una sonrisa de complicidad (o eso, o era más bien cara de «si si, sonreid, no sabéis lo que os espera«. Pero eso aún estaba por llegar.
Los primeros quinientos metros transcurrieron con ligera comodidad, sorteando pequeños recodos que sobresalían del camino empedrado de grandes rocas y raíces de antiguos arboles que han visto pasar millones de personas de diferentes eras y nacionalidades recorrer el mismo camino que ese día, mi amiga de Archena y yo íbamos a realizar. Sin embargo, este tramo era una simpática e inocente muestra de los que llegarían a ser los tres kilómetros y medio restantes. Lola, que ya había subido una vez anteriormente, me miraba con tono burlón y solo me bastaba verla para saber que no hacían falta palabras para decirme «ja ja ja, lo vas a flipar«. Y no os podéis imaginar cuanta razón tenia.

Tras el último tablón de esa paralela, se inicia el camino a Mordor. Foto: Bruno Aldrufeu Quiñonero.
Lo que aconteció durante los siguientes dos kilómetros fue algo indescriptible: de repente, Lola y yo nos encontramos recorriendo algo que, más que un trayecto hasta una montaña, era el cometido de Frodo Bolsón, portador del Anillo Único, caminando hacia Mordor, hasta el Monte del Destino para destruir la alhaja de Sauron. Madre de Diós… o Herregod, como dicen aquí los noruegos.

Bruno Bolson saludando al lado de otros hobbits yendo hacia Mordor. Foto: María Dolores Candel Martínez
Nunca había visto tanta roca colocada a modo de escalera (y cuando digo escalera, es una forma elegante de mentarla) de una forma tan «hijoputamente» (con perdón de la palabra). Aún así, Lola y yo nos movíamos con cierta agilidad aunque podíamos oír la respiración acelerada y pesada del otro a medida que avanzamos por nuestro nada cómodo trayecto. Las gotas de sudor brotaban de mi frente y notaba la espalda totalmente mojada por la transpiración a cada paso que dábamos y no veíamos horizonte al que situarnos puesto que las mismas rocas y la vegetación imposibilitaban vislumbrar algo parecido a un destino.
Lola-Samsagaz Gamyi y yo, llegamos finalmente a lo que parecía el penúltimo tramo del trayecto y un modesto lago parecía esperarnos e invitarnos a dar un chapuzón, pero como no hacía tiempo ni llevábamos la ropa adecuada, decidimos que otro día (si es que volvemos a subir, claro) nos remojaríamos. Aún nos quedaba un kilómetro por recorrer y no podiamos entretenernos.
Seguidamente, el último tramo a recorrer ya se abría a nuestro alrededor y nos daba la oportunidad de apreciar la altura del camino recorrido y el gigantesco paisaje verde con su inmensa lengua de agua allí abajo, recorriendo y cortando serpenteante los bosques de allí abajo. También descubrimos que, aunque no estaba lloviendo, una ligera niebla se había establecido ese día y parecía no tener ninguna intención de irse y contentarnos con nuestros caprichos fotográficos (Total, son dos horas de camino en pendiente, ya volveremos mil veces a subir para hacer mejores fotos, no te jode). Recorrimos esos escasos kilómetros pisando roca, barro, grava y escasa maleza hasta llegar al Púlpito. Recorrido realizado con tiempo récord: tres-mil ochocientos metros recorridos en una hora y media.
No hay palabras para describir esa titánica roca que sobresale por la ladera de la montaña y se erige majestuosamente por encima del fiordo. Contar con un esplendido día de verano y un cielo turquesa debe ser estupendo si estas con tus pies sobre la gran roca, pero por desgracia, la niebla imposibilitaba el realizar fotografías en las que se pudiera apreciar el paisaje completamente, algo pudo hacer Lola al respecto:
Tras terminar su sesión de fotografía y yo alejarme del borde del precipicio, decidí que dispararía unas cuantas instantáneas mientras Lola posaba al pie del Púlpito. Pero de pronto… Puff!, la cámara indicó con un letrero en rojo que de forma inminente, la batería estaba a punto de morirse y la cámara se apagó ante nuestra atónita mirada. Miré a Lola y ella me devolvió su mirada de «¡¡¡Yo quiero mis fotos!!!«, así que no tuve más remedio que colocarme donde ella había realizado su sesión y disparar con el móvil. Fue en aquel preciso instante cuando, a causa de la niebla que no me dejaba calcular la importante altura entre mis pies y el vacío o quien sabe, algo que tenia en mi interior latente, luchando por salir y se liberó en ese preciso instante (y eso que nunca he tenido problemas con las alturas), pero me vi inmerso en un ataque brutal de vértigo. Era tan grande el vértigo que era incapaz de dar un paso de una roca a otra sin poder moverme o caerme, hasta que finalmente traté de hacerlo torpemente, a gatas, ofreciendo una imagen totalmente ridícula. Ahí es cuando Lola me bautizó como «Don Caguetín» y a decir verdad, aún me sigo riendo con el sobrenombre.
Tras mi ridículo, nos sentamos en una roca para descansar, comernos unos bocadillos y disfrutar del panorama tranquilamente, hasta que se nos ocurrió mirar la hora y los horarios del autobús: ¡Eran las cinco de la tarde y el último que salía del aparcamiento del Preikestolen, lo hacía a las seis menos cuarto!. Salimos disparados de aquel lugar y tratamos de bajar tan aceleradamente, mostrando un total desprecio por nuestra integridad tan grande, que hicimos el trayecto de bajada en una hora y diez minutos. En nuestra desesperada vuelta, nos topamos con Stephane, un alemán que al igual que nosotros, también había venido a presenciar al Todopoderoso Púlpito y realizaba el trayecto de vuelta. Stephane nos siguió hasta el aparcamiento para descubrir que el autobús ya se había ido. Afortunadamente, el alemán había venido con su flamante supermonovolumen/camioneta/tanque Panzer/casa portátil y se ofreció a acercarnos hasta el lugar donde poder tomar el ferry de vuelta a Stavanger y finalmente pudimos llegar, aunque tarde, a nuestra casa. ¡Desde aquí, de nuevo, gracias Stephane!!
Bueno, pues este ha sido el relato de lo ultimo acontecido, os debo dejar, Don Caguetín debe ducharse e irse al trabajo, que tiene turno de noche. Hasta otra.
Ha det bra!
APROVECHANDO EL DÍA, QUIERO DESEAR A TODOS LOS LECTORES CATALANES, UNA FELIZ DIADA.
FELIÇ DIADA A TOTHOM!!
Visca Barcelona, Visca Catalunya!
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