Hace ya unos meses que, en un arrebato aventurero por alimentar mi espíritu Wanderlust, decidí hacer el petate y volar hacia Svalbard, un archipiélago compuesto por un grupo de islas, situado en el Océano Glaciar Ártico, concretamente a 78 grados Norte. La idea de mi viaje era en principio, ver ballenas, osos polares y auroras boreales, ya que la zona es propensa a poseer las tres cosas con posibilidades mas que generosas. Así que, con tremenda emoción y poca vacilación, compré los billetes de avión (que por aquella época resultaban bastante económicos con Norwegian), busqué alojamiento para tres noches y contraté algunas excursiones que a simple vista vaticinaban horas de aventuras y paisajes inolvidables, tratando eso si, de coordinar horarios entre todas ellas. Y al llegar el gran día, el autobús de Elverum me trasladó hasta el aeropuerto de Oslo-Gardermoen para ponerme en marcha hacia rumbo norte.

Posando mis pies en Longyearbyen Lufthavn. Foto: Bruno Aldrufeu Quiñonero
Tras un vuelo de tres horas, llegué al aeropuerto de Longyearbyen, próximo al asentamiento que recibe su mismo nombre y quizás el más grande del archipiélago, concretamente en la isla de Spitsbergen. A la salida de este, nos esperaba un bus enlace que realizaba un tour a través de la ciudad, repartiendo a todos los turistas por los diversos hoteles y albergues del lugar y el mio, era el último en el extremo opuesto, el Gjestehuset 102: Albergue asequible, modesto y limpio aunque algo alejado del centro, pero buscando siempre el lado positivo de las cosas, brinda la oportunidad de hacer caminatas y realizar cantidades ingentes de fotografías.
La primera observación in-situ fue la total ausencia de nieve en toda la zona, descubriéndose montañas oscuras de carbón por doquier. Eso y la vegetación aun yerma debido al poco tiempo tras el deshielo, el clima y las últimas nieves, dotaba aquello un aspecto más que tenebroso y apagado del lugar. Por si fuera poco, allí por donde alcanzaba la vista, uno podía encontrar motos de nieve paradas por todas partes, que denotaban que el mes de noviembre era más bien, una época de poca afluencia turística
Tras instalarme en la habitación y comer algo en el Coal Miner’s Cabin, el albergue situado enfrente del Gjestehuset 102, dotado de servicio de restaurante (el centro estaba ubicado a treinta minutos a pie respecto el albergue y el otro, bueno, a tiro de piedra), hice tiempo hasta las cuatro de la tarde para iniciar la primera excursión: tour en autocar por Longyearbyen: un recorrido de dos horas a través del centro urbano y sus inmediaciones.
Con el vehículo repleto de asiáticos portando cámaras que harían sonrojar al mejor equipo audiovisual de televisión y yo entre ellos, este traqueteó lentamente hacia el casco urbano mientras el conductor nos narraba un poco la historia del asentamiento. Nos explicó que este asentamiento recibe su nombre por el norteamericano John Munro Longyear,

Estatua de Longyear. Foto: Bruno Aldrufeu Quiñonero
el primero en abrir una mina en 1906 y su principal actividad minera era la extracción de carbón de las montañas colindantes, para su exportación a Tromsø. Actualmente tiene una población de dos-mil habitantes aproximadamente y esta dotada de múltiples infraestructuras que la hacen habitable dada la situación y las condiciones ambientales: dos escuelas, guardería, museos, varios hoteles y albergues diseminados por la zona, una iglesia, puerto y varios comercios de diversa índole. Tras la visita por Longyearbyen, nos alejamos de esta para proseguir por el extrarradio, donde solo había lagos y yerma tundra. El guía prosiguió con su explicación y en ese momento supimos que esta no es época en que los osos polares se dejan ver mas (mi gozo en un pozo…. bueno, aun me queda ver ballenas y auroras boreales) aunque se trata de una población de 3000 osos y puede haber la posibilidad de que alguno se acerque al asentamiento, por lo que obliga a los guías a ir armados con rifles para protegerse y proteger a los turistas. Y una vez allí en medio de la nada, hicimos la primera parada de rigor, enfrente de la señal de trafico mas conocida por todos, bajo la mirada atenta del guía y su rifle.

«Se aplica a toda Svalbard». Foto: Bruno Aldrufeu Quiñonero
Proseguimos con la ruta para seguir el camino cuesta arriba hasta llegar a la cima de un monte y en ella se observaba unas antenas de dimensiones gigantescas. El guía nos explicaba que eran la SvalSat, nombre que recibe la Estación de Satélite de Svalbard, una estación meteorológico-espacial creada en 1997. Silencio mezclado con el clic-clic de las cámaras de los asiáticos, que disparaban sin piedad.
Reiniciamos nuestro trayecto a través de varios criaderos de perros para trineo y de casas de madera con pescado desecándose a la intemperie hasta llegar a la Boveda Global de Semillas de Svalbard, una estructura subterránea, mas bien parecida a un búnker ya que su emplazamiento es a prueba de terremotos, actividad volcánica, al frío permanente y al deshielo, conteniendo la mayor colección de semillas en grandes cantidades, para el cultivo de todo el mundo: Su acceso estaba totalmente restringido pero pudimos tomar instantáneas del acceso en la superficie, testigos de nuestra presencia allí. Tras las fotografías de rigor, el autocar daba su ruta turística por finalizada y nos devolvió a los dieciséis turistas a nuestros respectivos alojamientos.
La encapotada noche envolvió rápidamente con su manto la zona y tras dejar la cámara de fotografiar cargándose en la habitación para el día de mañana, decidí dar una vuelta por la ciudad para, una vez llegado allí descubrir que estaba en plena celebración del Oktoberfest en Svalbard, por lo que aproveché para comer copiosamente hamburguesas de pollo y alce, disfrutar del concierto de Rock & Roll juntos con el resto de asistentes y beber, como no, algunas cervezas a buen precio (el impuesto de alcohol en Noruega es alto y encarece notablemente el precio de esta, pero en Svalbard, el impuesto es mas bajo y el alcohol, sobretodo las cervezas, son más baratas), para luego irme, algo indispuesto y contento a mi habitación para dormir hasta el día de mañana.
Día 2
Me levante temprano para iniciar el nuevo día con energía. Tras usar el servicio de desayuno del albergue (que entraba en el precio) y con el estomago lleno, salí del albergue para iniciar la nueva excursión que tendría lugar enfrente del albergue: Excursión a través del Glaciar hasta el Trollsteinen (La Piedra del Troll) durante seis horas.
Se congregó un grupo de escoceses, noruegos y yo, que junto la guía, hacíamos un grupo variopinto y multicultural. Nos explicó el propósito de la excursión, las normas de seguridad (que incluían estar cerca de la guía y su rifle) e instrucciones de como se carga el rifle y uso de este (por si acaso, por ejemplo, por si un oso polar ataca a la guía y lejos de poder defenderse, es devorada y por tanto, no puede disparar ;-)).
Anduvimos hasta llegar al limite del asentamiento y allí nuestra guía se paró para cargar el rifle (los guías tienen prohibido deambular por la ciudad con el rifle cagado, debe cargarse fuera de la ciudad), luego proseguimos a través de montañas negras como el carbón (válgame la redundancia), con la presencia de algo de hielo, barro y antiguas grúas de madera que atestiguaban la antigua extracción del mineral años atrás, mientras avanzábamos hasta llegar al Larsbreen, el glaciar que descansaba bajo las faldas de la montaña donde se encontraba el Trollsteinen. Hicimos uso de crampones para desplazarnos por la superficie helada del glaciar: Poner y quitar crampones continuamente fue nuestra tarea durante la larga caminata de tres horas de ida hasta la pendiente. La niebla empezó a envolvernos y en el momento que llegamos a la cima junto a la Piedra, no veíamos apenas nada, por lo que tuvimos que extremar las precauciones, pues el pasillo era angosto.
Descendimos unos metros para hacer una pausa para el refrigerio: bocadillos, café caliente y saft (una especie de bebida concentrada de diversos sabores que se mezcla con agua fría o caliente. Una versión noruega y casera del Tang… ¡raro que no haya hablado de esto antes!, ¡si esto es un typical norsk!) que reconfortaron al instante. A pesar de aquel instante tan agradable, iba haciéndose tarde y debíamos reanudar el trayecto a casa durante tres horas de vuelta y aunque la niebla empezaba a disiparse, la temperatura descendía paulatinamente a medida que la luz del día iba palideciendo. Una gran jornada debo decir.
Tras seis horas de excursión, llegamos al final de esta y cada uno de nosotros fuimos a nuestros respectivos alojamientos, y bueno, aproveché para para hacer un descanso y una ducha reparadora, hablar por Skype con mi familia y revisar las fotografías que había tomado. Cuando ya se hizo finalmente de noche, completamente encapotada y no permitía ver el cielo estrellado, fui al Coal Miner’s Cabin para cenar unas fantásticas hamburguesas con queso y una cerveza a modo de homenaje mientras un pensamiento atacaba repentinamente mi cabeza:
Segundo día…. cero osos polares, cero auroras boreales, cero ballenas
Aun tendría la oportunidad de ver aquellas tres cosas mañana con la última excursión, ya que se trataba de un tour en barco a través del archipiélago, aunque eso amigos, lo narraré más abajo…
Día 3
Tras el desayuno revitalizante de la jornada, subí al autocar que me llevaría al puerto para coger el barco y así reiniciar una excursión que vaticinaba ser emocionante: once horas de trayecto a través de los helados mares del norte y de las islas para finalmente llegar al Pyramiden y vuelta. El barco, el M/S Langøysund, de veintisiete metros de eslora, era una embarcación que podía albergar hasta setenta personas, con servicio de cafetería, butacas e incluso una barbacoa al exterior con lo que más adelante nos deleitarían.
El motor del barco empezó a rugir y a iniciar su avance por las frías y tenues aguas mientras la guía nos explicaba las normas de seguridad en caso de que el barco se hundiera mientras el auxiliar se embutía en un curioso traje impermeable que permitía sobrevivir a la hipotermia en caso de abandono de la embarcación. Tras dicha explicación, cada uno de los pasajeros y yo incluido, procuramos buscar un buen lugar en la proa para poder disfrutar de las vistas y los paisajes: islas de vegetación yerma, salpicadas de unas pocas casas abandonadas que fueron hogar de antiguos tramperos de la zona, mar en calma que se entremezclaba con la densa bruma del día y que poco a poco, iba siendo frecuentada por pequeños trozos de hielo que paulatinamente se iban convirtiendo en islotes a medida que avanzábamos más al norte.
En el transcurso del trayecto, conocí a Eric, un chico muy agradable que provenía de Brisbane, una ciudad de Australia y estuvimos hablando un poco de nuestras vidas, qué nos había llevado a Noruega, ciertos aspectos del noruego que él quería conocer, la vida en Barcelona (en mi caso) y la vida en Australia (en su caso) y con ello, me gustaría decir que, Australia es uno de mis destinos soñados y quizás, le haga una visita a Eric en un futuro.
Eric, si lees esto y eres capaz de traducirlo…. ¡te mando un fuerte saludo!
Unas horas mas tarde, encendieron la barbacoa y asistimos a un estupendo festín a base de carne de ballena y pollo como plato fuerte y ensalada de pasta, mazorcas de maíz y patata como aperitivo: era realmente revitalizante notar la comida caliente en nuestros estómagos mientras avanzábamos a través del fiordo, notando la temperatura cada vez más y más baja, junto con cascos de hielo flotando en el agua, cada vez mayores. Finalmente, aminorando lentamente el barco, hicimos nuestra primera parada sin bajar al bote, para acercarnos al glaciar, una masa gigantesca de hielo azul impresionante: Sin duda, una maravilla y un espectáculo para los ojos de los presentes. Lo mejor, por supuesto, cuando la guía sacó de su mochila, un par de botellas de whisky escoces de doce años y pudimos brindar con aquel brebaje, enfriado con hielo del glaciar.
Proseguimos nuestro viaje, avanzando por el Billiefjorden hasta llegar al puerto del Pyramiden donde nos esperaba sonriente Sasha, un guía ataviado con ropajes claramente soviéticos, portando su fusil. Tras atracar el barco, todos los presentes pusimos nuestros pies en tierra firme y Sasha nos explicó las normas de seguridad de aquel lugar: no se nos permitía separarnos del grupo porque, en aquel lugar frecuentan osos polares y una persona sola podría ser presa fácil para un gran carnívoro.

Sasha. Foto: Bruno Aldrufeu Quiñonero
Finalmente, llegamos a la entrada del asentamiento, en su inicio perteneciente a los suecos, sirvió como lugar donde vivir mientras realizaban extracciones de carbón. Durante la Segunda Guerra Mundial, los suecos abandonaron el lugar y este quedó abandonado hasta que los rusos lo ocuparon y este vivió su momento de esplendor hasta la caída de la Unión Soviética y la devaluación del carbón. Poco a poco, la población fue disminuyendo hasta convertirse en pueblo fantasma donde viven actualmente ocho personas que lo custodian por turnos a modo de atracción turística.
Fue muy curioso e inquietante recorrer las calles del asentamiento, dotado de todas las infraestructuras para hacer de aquel lugar un sitio agradable (guardería, escuela, cantina, hoteles, alojamientos segregados y pabellón de deportes que a su vez servia como cine/teatro y biblioteca) y no hallar presencia humana alguna salvo la nuestra. Por doquier hallábamos el testimonio de la historia: La hoz y el martillo, estatuas de Lenin y el color rojo que denotaba el pasado comunista de aquel lugar.
Finalmente, fuimos a la cantina a por un buen café, tomar fotografías del museo (ahí si vi un oso polar…. disecado, jajajaja) y luego regresamos al puerto donde nos despedimos del amable y sonriente guía y de aquel increíble lugar para iniciar nuestro regreso en barco a Longyearbyen mientras fuimos testigos de una de las puestas de sol mas bonitas que yo haya visto en mi vida.
Llegamos finalmente al puerto ya entrada la noche, con todo el asentamiento iluminado cual luces de navidad para luego cenar algo por el centro y regresar al albergue y descansar para mi viaje de regreso a Elverum al día siguiente.
Día 4
Tras desayunar y haber preparado la mochila para mi regreso, decidí dar una vuelta por el centro y hacer tiempo hasta la espera del bus-enlace que me llevaría al aeropuerto, mientras compraba algunos recuerdos, tomaba fotografías de aquel lugar y por aquellas casualidades de la vida volví a coincidir con Eric, que también regresaba a Oslo con el mismo avión, así que estuvimos juntos a la espera de embarcar, charlando de la experiencia en Svalbard, de la posibilidad de volvernos a ver en alguna visita casual a Elverum o a Brisbane. Realmente, viajar te brinda la oportunidad de conocer lugares fantásticos y a personas que hacen que este mundo sea un lugar que valga la pena visitar.
Aun así…. debo decir que, el resultado de la visita no fue como yo esperaba: cero ballenas, cero osos polares (bueno, si… uno disecado, así que lo contaré como medio) y cero auroras boreales…. pero me llevo la satisfacción de haber visto atracciones turísticas emocionantes, de haber brindado con whisky y hielo de glaciar, de haber comido carne de ballena en una barbacoa marítima, de haber visitado el Silo Global de Semillas de Svalbard (catalogado como el mejor invento del 2008) y un sinfín de cosas más que ya relaté anteriormente.
¡Hasta la próxima!