Sonó el teléfono a la una de la noche un viernes de libranza, el ruido era estridente y casi molesto en terrible contraste con el apacible silencio que envolvía la habitación y la casa; a decir verdad, parecía que envolvía al vecindario entero. Mi jefa, con voz apurada y a la par que soñolienta en «MODO-me han llamado a las doce de la noche y yo ya estaba en el cuarto sueño, siento importunarte a ti también ON», se encontraba al otro lado del teléfono y con aún más apuro me comentó que la compañera que debiera trabajar durante el turno nocturno estaba enferma y no encontraba a nadie quien la sustituyera (lógicamente, siendo tan tarde) y me llamaba con la esperanza de que yo pudiera laborar ipso-facto (podía incluso escuchar el roce de sus dedos entrecruzarse que parecían susurrar en un no inaudible y sonrojante «porfa, porfa, porfa», hipérboles aparte). Tras escucharla, decidí que como estaba despierto y las noches las pagan bastante bien en este rincón del mundo, tratando de sacar del aprieto a esa encantadora mujer que tuvo bien a otorgarme la plaza fija y viendo siempre el lado positivo de las cosas (aquí podéis cantar «Always look on the bright side of life«, a lo La vida de Brian), le respondí con un tranquilizador «Ja, jeg kan jobbe, ikke beskymre deg» (Si, puedo trabajar, no te preocupes).
Tras colgar el teléfono y saltar perezosamente de la cama, vestirme y comprobar que disponía de lo necesario para iniciar una jornada laboral en esas noches nórdicas que parecen más bien las mañanas a las siete AM en la Ciudad Condal, pedaleé la bicicleta que avanzaba quejumbrosamente hasta el despacho donde suelo trabajar, me procuré las llaves de unos de los coches que el Forsterket Avdeling (FA, el departamento donde yo trabajo) utiliza y sin más dilación, me puse en marcha hacia la casa del paciente en cuestión. Eso sí, no sin antes pronunciar el credo de la Guardia de la Noche, todo muy Juego de Tronos (si, ya lo sabéis, soy muy frikazo).
Antes de iniciar el relato del post, permitidme que os explique la naturaleza de mi trabajo: soy hjemmesykepleier (que podría traducirse como Enfermero Domiciliario), es decir, en lugar de realizar mi jornada laboral entera en un hospital o centro, mi trabajo se limita a conducir hasta los domicilios de los pacientes que el FA tiene asignados para realizar diversas actividades (administración de medicación por diferentes y múltiples vías de administración, cura de heridas, nutrición enteral o parenteral, ayudar en el aseo personal dependiendo del turno, vendajes compresivos y uso de medias de la misma índole. Y por extensión de la palabra «cuidados», incluso podemos hablar de regar las plantas, acompañarlos a la compra, a dar un paseo o prepararles el desayuno, la comida o la cena). Y con ello quiero remarcar dos cosas; la primera, los pacientes que residen en Noruega y que necesitan ayuda con sus quehaceres diarios pero aún son lo suficientemente independientes como para no ser ingresados en centros geriátricos, son ayudados por personal como yo en sus propios domicilios, favoreciendo a A) la descongestión de los propios centros y B) la disminución de infecciones nosocomiales y/o problemas derivados que pudieran surgir fruto de un ingreso prolongado en hospital o centro especial. Y la segunda, aunque al personal sanitario que no haya tenido la oportunidad de trabajar fuera de España quizás le pueda parecer extraño (e incluso algunos afirmarán que es insultante) que una de las labores e intervenciones de enfermería sea «regar las plantas». Mi respuesta a ello es muy simple y práctica: no supone ninguna ofensa y aún menos un titánico esfuerzo rociar con hache-dos-O el geranio de la abuela de turno y con ello, producirle una amplia sonrisa acompañada de un tusen takk (muchas gracias). Y si además buscáramos aún otros motivos y estos pudieran sonar definitivamente pretenciosos, he de manifestar que caen aun menos los anillos cuando al final de mes llega una suculenta nómina con la que poder hacer muchas cosas.
Y dicho esto, prosigo con el relato de la noche: conducía entre tinieblas por la carretera rodeada de majestuosos árboles, avanzando con ligero tiento y con las luces de largo alcance, ya que no es la primera vez que en mi avance por el serpenteante y maltrecho camino asfaltado me topaba con fauna de variado tamaño cruzándose por este; uno puede encontrarse desde puerco espines y zarigüeyas hasta portentosos alces de metro ochenta-y-pico a cuatro patas (y no sería la primera vez que uno arroya a alguno con su vehículo debido a la falta de visibilidad, el pelaje de color oscuro de este y el exceso de velocidad).
Finalmente, tras media hora de conducción, llegué a la casa del paciente al que iba a supervisar durante toda la noche (paciente que por motivos legales y por cuestiones de privacidad, llamaré Luisito). Luisito es un paciente muy joven que debido a su estado actual, requiere de ayuda total en todos los ámbitos: alimentación, higiene, vestirse/desvestirse y eliminación de mucosidades mediante sonda de aspiración. Podría decir que este joven noruego causa ternura y lástima en dosis mayúsculas y a veces es difícil no contemplarlo como a un paciente y si como simplemente alguien tan joven.
Entré por la puerta de la casa y avancé con ligereza y silenciosa premura hasta su habitación y allí lo encontré, durmiendo plácidamente con la boca abierta, roncando ligeramente, completamente ajeno a lo que le rodeaba. Controlé las últimas tomas de ingesta hídrica, el estado actual de su pulso y concentración de oxígeno, medicación administrada, incluso leí lo que mis compañeros han documentado en los turnos previos al mío y una vez realizado todo ello, preparé café y «My Watch Begins» (empieza mi guardia).
Debido al empeoramiento de su estado general acontecido durante las últimas semanas achacado a un proceso gripal, cada turno se ha mantenido en alerta hasta ahora pero afortunadamente su estado ha mejorado y Luisito yacía ahora en su lecho de forma apacible y sin ningún signo de alerta aparente, hecho que me permitía observar con ligera relajación a través de la ventana de la habitación, el tupido bosque que rodea la casa mientras la claridad de la noche-día y los gorriones iniciaban su trino matutino.
Mientras saboreaba el café recién hecho, contemplaba como un gigantesco alce paseaba a través de los portentosos árboles, lánguidamente junto a su cría, que no se separaba de su madre, totalmente impasibles y ajenos a la presencia de un enfermero barcelonés que se mantenía despierto, observándolos desde de la ventana mientras escuchaba el trinar del gorrión, el silencio y al mismo tiempo, el pausado ritmo de la respiración y ronquiditos de Luisito. Alces que se detenían, olisqueaban la maleza y proseguían en su deambulación. Espectáculos para la vista sin duda… pero mi guardia debía proseguir.
Me levantaba de vez en cuando para asegurarme de que aquel hombrecito mantenía sus ojos cerrados, le aspiraba las secreciones y anotaba en la carpeta su pulso y saturación de oxígeno que se mantenían por ahora estables. Documenté cualquier detalle importante que yo pudiera observar y regresé a mí espacio donde una vez mas, observé el majestuoso bosque que rodea la casa.
Trascurrió el tiempo en un suspiro hasta que llegó la hora y entre suspiros de tiempo y ronquidos de Luisito, terminé de documentar lo acontecido durante el turno. La puerta de la habitación se abrió tímidamente y mi compañera del turno de mañana entró sonriente, haciendo ademán por iniciar su guardia; le comenté todo aquello más importante y me despedí de Luisito que permanecía aún dormido, no sin antes acercarme a él y por simple gesto de ternura le di un beso en la frente tras decirle «sigue durmiendo, chiquitín» y me dirigí hasta la puerta que da al exterior, respirando el aire fresco de aquel lugar mientras subía al coche para de nuevo conducir a casa por la misma carretera angosta y serpenteante cuyos bosques que la rodeaban parecían querer apropiarse de ella. Conduje despierto y atento aunque la claridad me producía una sensación de tranquilidad y me permitió escuchar música que tarareaba mentalmente mientras mis labios pronunciaban «And now, my watch is ended» (y ahora, mi guardia termina). Y así terminaba mi turno de noche como hjemmesykepleier en Elverum una jornada más.
Y con ello, Bruno Snow se despide de este post, sin percances, ni alces en medio del camino ni Caminantes Blancos a la vista.