Vacío. Un vacío inmenso en mi estomago. Mi boca se había secado por momentos y un sudor frío aparece con profusión por toda mi espalda mientras clavo la mirada al suelo, a la roca que pisan mis pies y que por el efecto túnel de mi miedo a las alturas me parece minúscula. Me levanto lenta y temblorósamente en unos segundos aunque me parecen una eternidad y cuando me hallo completamente erguido, giro la cabeza hacia a José Luis, sonriente, pletórico mientras él inmortaliza ese breve pero grandioso momento con la cámara de mi teléfono móvil. Levanto los brazos al aire y me parece haber conquistado el mundo con mi sensación de orgullo y alegría, en mi postura estoica, altiva, sin llegar a ser arrogante pero si gloriosa. Saboreé ese momento mientras apenas podía atreverme a bajar la cabeza y contemplar el espectacular abismo que se abría a mis pies: Nada más y nada menos que el vacío verde y de tonos azulados salpicados por la piedra y la maleza a mil metros de altura. Si, señores, mis pies se postraron sobre el Kjeragbolten, aquella roca de forma ovoide que por caprichos de la naturaleza quedó encajada entre dos paredes de granito y es una de las atracciones turísticas más conocidas de esta parte del mundo. Lo hice, combatí a mis mayor miedo, la altura. Me levanté y le dije:
¡Hoy no, maldita!, ¡Hoy no vas a vencerme!, ¡Este es mi momento!
Escribo estas lineas, recordando este y otros momentos que ocurrieron hace unas semanas pero parecen haber sucedido hace ya un largo tiempo. Este pasa rápidamente y hay el temor de que el olvido terminen por erosionar el recuerdo de ciertos detalles y momentos del fin de semana del treinta al cuatro de julio, fecha que tuvo lugar tal increíble viaje por Stavanger. Una vez más, estoy aquí con vosotros, compartiendo otro de tantos momentos, como siempre, sin ningún tipo de acritud, vanagloria o soberbia, simple y llanamente mi testimonio más sincero. Ahí vamos:
Cómo no, el viaje siempre empieza en la planificación de este y cuando a JL y a mi nos surgió la idea de visitar el Kjerag y el Trolltunga, un sentimiento de júbilo nos embargó al unisono y antes de que nos pudiéramos dar cuenta, ya estábamos reservando vuelos, hoteles y para hacer de este viaje más cómodo, no dudamos en alquilar un coche con el que podernos desplazar de un lado para otro, ya que debíamos cubrir un largo trecho en solo cuatro días. El plan era sencillo: Viajar hasta Stavanger el día treinta, pernoctar en el aeropuerto y al día siguiente recoger el coche alquilado y recorrer los doscientos kilómetros hasta nuestro destino del día uno; tres horas y cuarenta y cinco minutos de conducción bien aprovechadas.
Debo decir que el viaje fue un completo éxito y quizás no hubiera podido salir de esta manera de no ser por la inestimable ayuda que nos proporcionó Desi desde Kjøpsvik (te mando desde aquí un enorme beso, bichillo), ya que ella ya fue previamente y nos asesoró en la planificación del viaje; creo que de no ser por por ella, aun hoy estaríamos conduciendo hasta Elverum, jajajajaja. Exageraciones aparte, solo me queda decir una vez más, ¡muchísimas gracias, linda vasca de ojos azules! ;-).
Día 1 de Julio: Día 1 del Viaje Revelador.
Nos levantamos rápidamente de las incomodas hamacas que hay en el vestíbulo del aeropuerto de Sola, en las inmediaciones de Stavanger. Tras desayunar algo del 7 Eleven, nos dirigimos a las oficinas de alquileres de coche que se hallan en el mismo aeropuerto para recoger a eso de las siete de la mañana, nuestro vehículo, un Volkswagen blanco la mar de cómodo y práctico. Cargamos nuestros bártulos y tras fijar el destino en el GPS que siempre tiendo bien a llevar (si, los que me conocen, saben que yo puedo perderme hasta en mi casa, así que, el GPS y yo somos inseparables), nos pusimos en marcha. Recorrimos las serpenteantes carreteras, siempre rodeadas de bosque, de montaña, de fiordo a lo lejos.
Tras una hora de conducción por la A-39, llegamos al ferry de Mortavika-Arsvågen y usamos el transbordador para pasar el Mar del Norte y así ahorrarnos unas curvas por el agreste paisaje (que no son pocas). Un viaje a través de la entrada del fiordo de Bokna y en el que somos testigos de lo amplio y basto que puede ser un fiordo (y ni siquiera es tan grande como el Lysefjord o el Tysfjord, por ejemplo).

Esperando a embarcar el ferry. Foto: Bruno Aldrufeu Quiñonero
Tras desembarcar, reanudamos el viaje y sin perder el tiempo en realizar ninguna parada, cubrimos el trayecto del tirón hasta Odda, un municipio de Hordaland junto al

JL y yo en el Ferry. Foto: Bruno Aldrufeu Quiñonero
parque Nacional de Hardangervidda. Hacia las once de la mañana, decidimos detenernos unos minutos para estirar las piernas delante del Trolltunga Hotel, el alojamiento que contratamos para pasar la noche aquel día. Sin realizar el check-in (el horario era a partir de las 15h) nos pusimos en marcha y condujimos un pequeño trecho por la estrecha carretera de Tyssedal, hasta llegar al aparcamiento (de pago) que hay en Skjeggdal: Una explanada repleta de coches que vaticinaban afluencia de excursionistas en el trayecto.
Con emoción contenida, preparándonos para una larga caminata de once kilómetros hasta llegar a nuestro destino, nos dispusimos a ponernos en marcha. Y la primera en la frente: Nada más y nada menos que una escalinata sinuosa de roca que parecía no tener fin. La lluvia empezaba a hacer acto de presencia y aunque íbamos ataviados de la mejor manera, se hacía realmente extenuante la subida de esos dos kilómetros de escalera irregular. Nos deteníamos de vez en cuando para recobrar el aliento y tomar algunas fotografías de la ocasión. Tras esos aproximadamente dos kilómetros de escalinata de granito, esta parecía difuminarse poco a poco por llano montañoso donde el ambiente inhóspito, salvaje y profundamente silencioso, solo cortado por el viento gélido del día, parecía envolvernos. Anduvimos lenta pero continuadamente a través del trayecto marcado continuamente por las letras T que señalan el camino, cruzándonos con otros viajeros que ya iniciaban su camino de regreso: en sus caras podíamos ver el agotamiento solo mermado por las sonrisas en sus rostros. El Trolltunga debía ser un espectáculo que debía dejar sin aliento a todo aquel que se aventurara hasta allí. Ninguna fotografía que haya visto hasta ahora le hará justicia al hecho incomparable de presenciar en nuestras propias retinas tamaño espectáculo de la Madre Naturaleza.
Mientras avanzábamos y pasábamos de largo los carteles indicadores de la distancia respecto a nuestro destino, el aire gélido y la fina lluvia golpeaba incesantemente, convirtiendo todo el trayecto en un gran lodazal que solo era posible sortear gracias a pequeñas vigas de madera colocados a modo de puente. Quedaban aun algunos kilómetros y empezábamos a notar que ya nadie se cruzaba en nuestro camino y era más que probable que llegáramos solos. Rocas de granito salpicadas de maleza y vegetación de color verde, lodo, ciénagas y nieve por doquier parecían desafiarnos en todo momento, como si la montaña no quisiera recibirnos afectuosamente. JL empezaba a tener los brazos entumecidos por efecto del frío y a mi me ardían las rodillas pero eso no nos desanimaba y en nuestra cabeza no entraba el desistir. Los últimos kilómetros se nos hicieron eternos, preguntándonos de vez en cuando si el camino escogido era el correcto. Nuestras dudas se disiparon cuando finalmente llegamos a nuestro destino…. ahí estaba…. el Trolltunga.
La sensación era indescriptible. Ninguna palabra que yo plasme aquí ni ninguna fotografía que cuelgue le harán nunca tanta justicia al hecho de poner los pies en la parte mas distal de la Lengua del Troll y contemplar desde el mirador, por uno mismo, la vista panorámica del lago Ringedalsvatnet envuelto en montañas, a setecientos metros de altura. En ese momento me sentía, tras un buen trecho caminado, como el entrenador Dolan en «Una tribu en la cancha» cuando llega a lo mas alto de la montaña tras pasar días y noches de infierno y grita «Adddddelaaaya!» en un gesto puramente de felicidad absoluta: Si, soy un friki y probablemente no entendáis el símil, pero yo os lo voy a explicar.
No hay sensación más gratificante que realizar tu camino lleno de penurias y dificultades hasta llegar a tu destino y notar que te has vaciado por completo por llegar y a su vez te llenas de los recuerdos vividos en esa experiencia, dejando una parte de ti en ese lugar.
Aquí os dejo algunas fotografías tomadas de nuestra excursión:
Tras la sesión de fotografías para inmortalizar nuestra presencia en aquel lugar, llegó el momento de ponernos en marcha en nuestro regreso. Huelga decir que hicimos el camino de forma acelerada, sin sortear barrizales ni perder el tiempo en buscar el camino más cómodo: Tras la llegada al Trolltunga, nuestro jubilo había obrado de forma balsámica y el entumecimiento de los brazos de JL o mi ardor en las rodillas habían desaparecido y nos podíamos permitir el lujo de andar por el lodo hasta nuestros tobillos… nos daba igual, nos sentíamos triunfantes aun a pesar de que la lluvia incesante había provocado que los lodazales fueran aun más continuos y termináramos de fango hasta las rodillas. Pero que más da, fuimos, llegamos, vencimos.
Los nueve primeros kilómetros de regreso transcurrieron con velocidad exagerada hasta toparnos con el ultimo tramo: la escalinata de piedra que ahora debíamos realizar en descenso, con un aliciente de dificultad: el fango las había cubierto por completo y el terreno estaba resbaladizo. Seria mentira si dijera que terminamos la excursión sin caernos al suelo; efectivamente, JL y yo nos caímos en la bajada y nos llenamos de barro, jajaja…. pero bueno, nada que una buena lavadora y un par de analgésicos no solucionen.
Finalmente, llegamos al aparcamiento. Tras el abrazo y el jubilo de rigor, empezaba a dolernos todo, no había ninguna parte de nuestro cuerpo que no notara el efecto de los veintidós kilómetros (once de subida, once de bajada) en un tiempo récord (En el cartel informativo indica que se trata de una excursión de diez horas de trayecto, nosotros la hicimos en seis horas y veintisiete minutos). Nos desvestimos de nuestra ropa llena de fango, agua, sudor y reanudamos de nuevo nuestra marcha en el coche hasta el Trolltunga Hotel donde finalmente hicimos el check-in, cenamos copiosamente, preparamos nuestras cosas para el día siguiente y dejamos que Morfeo se apoderara de nosotros y nos abrigara en su manto.
Bien, este es el post que acontece la primera excursión del fin de semana. A fin de no alargar este, he decidido dividirlo en dos partes. En el siguiente post trataré la experiencia increíble de visitar el Kjerag. Pero antes de despedirme, os dejo con el vídeo realizado de la excursión, esperando que os guste y disfrutéis tanto como nosotros disfrutamos haciéndolo y montándolo.
!Hasta ahora!
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