Buenos días queridos amigos, antes de proseguir con el post de hoy, dejad que me disculpe por la tardanza tras meses de ausencia. Aunque durante todo este tiempo he andado algo ocupado por el trabajo y otras circunstancias, el hecho de ir posponiendo este post ya iniciado hará unos meses, ha hecho que la musa que inspira mis palabras, fuera paulatinamente desapareciendo (y mi memoria a medio plazo sobre lo vivido, también) hasta tal punto que, cada linea por escribir ha representado un verdadero y notable esfuerzo. Por si fuera poco, me he percatado de que, al repasar las lineas escritas y las respectivas fotografías, he narrado circunstancias acaecidas en pleno mes de febrero, con un fuerte panorama invernal mientras asisto, actualmente, a un inusual y caluroso junio; hecho que hace perder el impacto inicial que originalmente hubiera deseado. Por ello, he decidido dividir este post en tres partes, muy relacionadas entre si, pues tratan de la experiencia de permanecer en un bosque noruego, totalmente aislado, junto con el placer de reencontrarse con uno mismo y en contacto con nada más que la Madre Naturaleza
Como siempre, esperando que os guste.
Febrero de 2018, en algún lugar de Kongsvinger, Noruega
«Sobretodo silencio».
Un silencio sepulcral y sobrecogedor. Aquel que se halla envuelto en un manto de profunda serenidad y le hace percibir a uno el latido del corazón en el oído, junto con la respiración acelerada producida por el cansancio al deambular a través de la blanca tundra mientras la gruesa capa de nieve, que llega hasta la cadera, crepita bajo los pies en torpes y lentos pasos. Absoluto silencio y verdadera sensación de felicidad.
«Sobretodo felicidad».
Existe apenas atisbo de presencia de humanidad a nuestro alrededor, entre la basta y salvaje naturaleza, excepto por las dos cabañas de madera que conquistan estoicamente el bosque de Øiset, una minúscula zona de portentosos arboles de hoja perenne, a tres kilómetros de la pequeña ciudad de Kongsvinger, situada en el condado de Hedmark. A unos doscientos metros de la cabaña más grande, se erigen testimoniales, los restos de otra casa que ardió antaño; una hytta (cabaña en noruego) construida hace doscientos años que languideció hasta reducirse a cenizas a causa de un rayo en una noche de tormenta: Tan solo quedan algunos troncos chamuscados y el esqueleto de la chimenea, ahora devorados por capas de nieve de las tormentas que llevan azotando la zona durante semanas.
Nada dura para siempre, dicen. Nada puede contra la implacable e inmisericorde Madre Naturaleza.
«Sobretodo naturaleza».
El olor a musgo, a arboleda y a café recién hecho, armonizan perfectamente con el ligero ulular de la brisa mañanera que hace mecer las ramas de los abetos, sacudiendo los grandes, numerosos y blancos copos de sus hojas, junto con el crepitar de la nieve bajo los lentos pasos de Isa y del barcelonés que ahora escribe estas lineas. Vamos a alguna parte, no vamos a ninguna parte, tan solo deambulamos a través del escarchado sendero, disfrutando de la experiencia de estar en el bosque ningún lugar concreto y sin embargo, parecer que estamos en el centro del Universo. Isa, que iba algunos metros delante mio, se giraba hacía mí, de vez en cuando, sonriente mientras yo disparaba con la cámara sin cesar, cada rincón, cada zona de aquel lugar que parecía merecer ser fotografiado. Desde luego lo merecía.
Y ahí estábamos, siendo testigos de que a veces uno no necesita grandes lujos para saborear la vida, pues los mayores placeres vienen en dosis muy pequeñas para poder paladearlos y disfrutarlos y ese momento, era uno de ellos.
«Sobretodo pequeños placeres».
La experiencia en la cabaña de Øiset, tuvo su inicio unos días previos, en el momento que contactamos, por medio de Airbnb, con Janine, una encantadora y joven granjera, madre de tres críos, que alquilaba la cabaña a un precio más que razonable.
Tras recorrer la carretera de Elverum dirección a Konsvinger durante algo más de una hora, llegamos a la granja donde reside la noruega y tras un sonriente y afectuoso saludo, nos indicó que con nuestro coche no podríamos llegar hasta la hytta, debido a la nieve que había en el camino, por lo que ésta, se prestó a llevarnos hasta allí con su flamante tractor. ¡Qué gran momento y estampa el vernos embutidos en aquel minúsculo espacio, junto a Janine y su prole mientras los perros de ella, nos señalaban el camino y sorteaban las enormes ruedas del vehículo que avanzaba inmutable por el camino blanco en medio de la oscura noche!
«Sobretodo oscuridad»
A la llegada del tractor frente a la antigua cabaña de cazador, nos apeamos del vehículo, entre tinieblas, portando nuestras mochilas y avanzamos con cierta dificultad hasta la puerta de ésta, rodeada por masas ingentes de nieve. Tras abrir la puerta, descubrimos un amplio habitáculo bien organizado y ruralmente decorado, dotado de confortables sofás, literas, una gran mesa de comedor enfrente de la modesta cocina y una chimenea que llevaba tiempo fría, sin haberse usado. ¡Por tener, hasta tenía cama de perro!. El termómetro del interior marcaba doce grados bajo cero y el vaho del aliento se elevaba profusamente de nuestras bocas; sospechábamos que para lograr hacer subir unos grados aquel lugar, nos llevaría algo de tiempo, pero afortunadamente, aquella cabaña también contaba, junto con la chimenea, con una estufa de gas, facilitándonos la labor de proporcionar calor a aquel lugar.
Eso si, la cabaña no poseía inodoro, para ello, uno debía aventurarse fuera de la cabaña y dar unos pasos hasta la letrina junto a ésta: Contrariamente a los que algunos puedan pensar, no, la letrina no era un agujero inmundo y sucio en el suelo. Era una minúscula cabaña construida junto a la otra, a imagen y semejanza de la casa mayor, con dos habitáculos bien diferenciados; uno contenía el pequeño almacén donde había reservas de madera cortada, apiladas convenientemente y el otro era el «lavabo», con sus paredes de madera decoradas con tiras cómicas enmarcadas, un tablón debidamente tratado y barnizado, dotado de un agujero y una tapa de inodoro de madera. No le faltaba ningún detalle (solo le faltaba, ya por ser absurdamente quisquilloso, el hilo musical)
«Sobretodo sencillez»
Tras acomodarnos mientras la estufa hacía su cometido y el mercurio del termómetro parecía elevarse a temperaturas más cercanas a lo razonable, cenábamos copiosamente y leíamos relatos de Defreds bajo la tenue luz de las velas y unas copas de vino, disfrutando de la velada en la que ambos eramos eso….. simplemente ambos.
Al día siguiente, aun con Isa durmiendo plácidamente en el camastro, sin ademán por levantarse, encendí la chimenea (ACLARACIÓN: Traté de prenderla por vez primera durante la noche anterior, sin éxito. Fue Isa quien la encendió con más destreza que yo, para mi sonrojo) con la intención de añadir algunos grados de calor al habitáculo y salí de éste para deambular por el alrededor de la construcción mientras iba tomando algunas fotografías. Al regresar al interior para despertar a mi pequeña marmota, desayunamos convenientemente y nos pusimos en marcha para andar por los helados lares, entre blancos caminos salpicados de arbustos, verdes arboledas y pisadas de caballo y alce por doquier, entre el hielo y el inconfundible olor a montaña entremezclado con aire puro.
Podría extenderme hasta el hastío, narrando lo acontecido con cierto detalle, pero así fue como transcurrió aquel fin de semana: nada importante que hacer salvo, sencillamente estar allí, hasta que regresó aquella buena mujer con su tractor, en la más oscura de las noches, para llevarnos hasta su granja donde estaba aparcado nuestro coche. Un fin de semana donde y cuando no necesitábamos más, salvo la grata compañía, el silencio acompañado de un café, la ansiada y necesaria soledad que uno a veces anhela y busca…. pero sobretodo, aquello indescriptible que no hallamos en nuestra rutina, en nuestro día a día, aquello que otorga serenidad y amplias sonrisas.
«Sobretodo, el placer de estar en aquel lugar y no estar en ninguna parte salvo… estar ser ese momento»
sencillamente fantástico!
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Muchas gracias, Elisa, por tu comentario!! Un saludo!
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