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Como ayer funcionaba la conexión bastante mal, me he visto obligado a esperar hasta hoy para narrar con todo lujo de detalle lo que aconteció ayer. Lo que ocurrió en el hogar de Kvam para ancianos es de aquellas cosas que hacen que a cada minuto que pasa, te das cuenta que si pudieras volver a tener la oportunidad de escoger tu camino, elegirías de nuevo esa opción sin dudarlo. Pero dejadme que empiece por el principio.

El día empezó como empiezan todos los días aquí: a las 6 de la mañana, con el despertador emitiendo el monótono sonido. Desde la cama podía ver, a través de la oscura cortina del dormitorio, que la luz entraba tímidamente por la ventana y anunciaba que hoy iba a ser un día especialmente caluroso. Me levanté cansado, muy cansado mentalmente. Y es que la inmersión lingüística te dota de un desgaste mental brutal, añadiendo también, que me faltan horas de sueño y mi cuerpo me avisa cada día que debo hacerle caso y dormir un rato más. Hice caso omiso a mi cuerpo y me incorporé, me preparé el desayuno y el matpakke (lo que en la tierra conocemos como la fiambrera de toda la vida), me aseé, vestí para las prácticas de idioma y salí de casa, comprobando previamente que disponía conmigo de todo lo necesario para pasar el día en el Kvam Eldresenter: La bolsa con el desayuno, el calzado para las prácticas y la carpeta que contiene los documentos que debo entregar a Randy, la coordinadora del centro, para que los firme.

Me dirigí hacia el Nissan Primera y entré en el coche, acomodando todo mi equipaje en el asiento de copiloto y al encender el «bólido», La Bestia rugió como de costumbre. Otra vez para allá, pensé. Conduje por la vía asfaltada de Stod hasta la carretera que lleva a Sunnan, una camino sin asfaltar con subidas y bajadas, que obliga al coche a ir más lento que rápido. Una vez llegado a Sunnan y dejado atrás el paso de cabras, atravesé el pueblo por el cómodo asfalto, que termina brévemente al coger el camino que lleva a Kvam desde el pueblo donde conducía en ese preciso instante. Un angosto camino, también sin asfaltar, donde hay que sortear baches, piedras y excavadoras que ocupan la vía. Mientras conducía por el estrecho paso, la radio del coche emitía la previsión del tiempo (si, amigos, a los locutores de la radio de aquí se les entiende bastante bien) y hoy anunciaba lo que sospechaba al despertarme; Muchísmo (se me pegan ya expresiones de Albacete, cortesía de Laura) sol y calor de justicia. Dejando atrás el camino de tierra, vuelvo a la carretera asfaltada que me lleva a Kvam. Un trayecto total de 15 minutos.

Entré por la puerta del centro y me dirigí al despacho donde se reúne todo el personal a las 7 y media para iniciar el cambio de turno y los que han estado trabajando por noche cuentan las novedades a los que trabajarán por la mañana. Tras cruzar la puerta de la habitación me doy cuenta que hoy solo hay 4 personas y tras sentarme, una de las compañeras me cuenta que una de las enfermeras está enferma, así que ese día van escasos de personal. Mientras mis compañeras hablaban rápido (y apenas comprensible) entre ellas para ver como se organizaban esa mañana, hice acopio de voluntad y quizás, valentía, y les propuse trabajar con ellas en lugar de hacer prácticas de idioma. Al principio me miraron con cara de sorprendidas y me preguntaron si me veía capacitado. Algún día de estos tengo que empezar, les dije y me respondieron con una amplia sonrisa y un veldig bra, du er flink! (muy bien, tu eres bueno!). Me propusieron trabajar en la parte de Nystua, la sección donde estuve el primer día de prácticas (Ver el post referente al Nystua). También me dijeron que estaría solo y que de vez en cuando o cuando pudieran, se pasaría Ellinor para ayudarme. Estupendo, pensé.

Ya en el Nystua, empecé mis labores como enfermero, duchando a La Dicharachera y cambiándole la bolsa de la colostomía, despertando a los otros 4 residentes de aquella sección y ayudarlos a asearse para después desayunar juntos en el salón. Mientras los 5 pacientes iban aproximándose a la mesa para hacer la primera comida del día, preparé la medicación para El Grandullón, El Adormilado y El Tranquilo, mirando con sumo cuidado las indicaciones y apuntando todo lo debido , ya que si ya voy con sumo cuidado a la hora de realizar mi trabajo en mi país, os podéis imaginar cuan precavido puedo ser a la hora de hacerlo mediante una lengua la cual no controlo del todo aún. También me encargué de limpiar las habitaciones de La Profesora y de La Dicharachera, poner las lavadoras pertinentes y sobretodo y lo más importante, tener conversaciones con los ancianos del Nystua. Y así transcurrió la mañana en el recinto. Tranquila, sin incidentes y en compañía de unas personas entrañables. Pero lo bueno estaba aún por llegar, a la hora de la comida.

A la 1, llegó una de las auxiliares con el paquete de la comida y parecía que el middag del día era bastante bueno: salchichas con salsa de queso marrón, con patatas hervidas y coliflor y de postre, sopa de ciruelas. Sentados ya en sus respectivas sillas, los 4 (La Profesora se fue a comer con su hija fuera de Kvam) pacientes empezaron a comer parsimoniósamente aquel revuelto de salchichas y patata, mientras la auxiliar y yo conversábamos con La Dicharachera, que es quizás, la más conversadora del grupo. El Grandullón, corpulento por altura y anchura, alternaba salchichas y tostadas y parecía que de vez en cuando se le olvidaba masticar por que tenia los carrillos hinchados por gran cantidad de comida en su boca y la auxiliar entre risas le decía que hiciera le favor de tragarse las salchichas y dejar de comer pan, pero El Grandullón, la miraba con desinterés, y seguía metiéndose más tostadas en la boca. La Dicharachera, aunque hablaba por los codos, fue la primera en terminar y luego la siguieron El Adormilado y El Tranquilo, que terminaron con el postre.

Al terminar de servir la sopa de ciruelas, me senté al lado de El Grandullón y empecé a leer el periódico del día y aunque empiezo a entender algunas cosas, aun me cuesta comprender gran parte de sus artículos. Estaba leyendo una noticia sobre algo ocurrido en Follafoss con la policía cuando de repente, El Grandullón empezó a toser y a emitir estertores y al alzar la vista, vi al corpulento noruego con el rostro cianótico, los ojos abiertos como platos y en su mirada podía ver que la vida se le estaba escapando por momentos. La auxiliar, aterrada, empezó a gritar su nombre y a sacudirlo compulsívamente.  Sin dudar ni un momento, me levanté rápidamente, me coloqué detrás del corpulento noruego y le golpeé fuertemente repetidas veces en la espalda para desobstruir el conducto respiratorio que presumiblemente, se debió taponar con algún trozo de comida que se coló por accidente. Al ver que los golpes no eran nada efectivos, rodeé con los dos brazos su gran abdomen y empecé la Maniobra de Heimlich. Comprimí una, dos y hasta tres veces con fuerza hasta que un pequeño trozo de salchicha salió despedido de su cavidad oral y se estrelló en el cuadro del paisaje bucólico frente a él. Inhaló una bocanada de aire y mientras recuperaba su color normal, vomitó todo lo que había comido, debido a las reiteradas compresiones que le realicé. Lo llevé a su habitación y lo acosté en posición lateral de seguridad sobre la cama. Al cabo de un rato, vino una de las compañeras, nerviosa, portando un tensiómetro y se disponía a mirarle la tensión, puesto que El Grandullón tiene un problema cardíaco de base y se debe de comprobar su estado. Toda precaución es poca. Le expliqué como buenamente pude, que el gran noruego comía y se atragantó con la comida y tuve que maniobrar convenientemente para que pudiera respirar. Asintió y con una gran sonrisa me dijo menos mal que estabas tu aquí, a mi me hubiera entrado el pánico. En ese momento, mi satisfacción por hacer una acción que le ha salvado la vida a una persona era altísima y aún más se engrandece cuando los compañeros creen que has hecho un buen trabajo.

Tras lo ocurrido, y ya siendo cerca de las 2 y media, me dispuse a realizar el rapport (el informe al turno siguiente) y les conté lo acontecido. Buen trabajo!, dijo la compañera de la tarde. Me dirigí hacia La Bestia, que rugió y se dirigió hacia Stod. Al llegar al dulce hogar, me estiré en el sofá para hacer una pequeña siesta y supongo que fue fruto del cansancio físico y mental, combinado con el bajón de adrenalina después de lo ocurrido en Kvam, pero Morfeo me abrazó fuertemente y no me dejó ir hasta llegar las 8 de la tarde. Fue un gran día y la reflexión de ayer y hoy es que, para mi, ser enfermero es uno de los pilares más importantes de mi existencia. Llevo la enfermería en la sangre y mi vida va ligada a ella por siempre.

Bueno, por hoy es suficiente, os dejo para otro día, que Carlos me espera para ver otro capítulo de Juego de Tronos y la cosa está bastante interesante. Jodidos Lannister!

comentarios
  1. MERCHE dice:

    La inmersion linguistica parece «progresa adecuadamente», cosa q no es de estranyar porque tu mas bien «buceas» y a pulmon!

    Pero como enfermero.. por la puerta grande!
    Entrada triunfal!!
    Aunque ya hiciste tus «pinitos» (lease El Misterioso caso d los guantes rosas… q vaya tela!
    Espero que esta experiencia tan satisfactoria haya sido una inyecciom de moralina
    Y sinceramente… creo que a un enfermero «d casta» como tu, vocacional y todo corazon como persona, le hacia falta un poco de «accion humanitaria»
    Me equivovo?

    Creetelo valiente: Du er Flink!

    Se te quiere «muchismo»*
    Por si no lo sabias..

    * : mi hijo tb usa esa expresion y es medio soriano
    Jajaja
    .

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  2. Juan Aldrufeu Navarro dice:

    T`estimem Bruno. Bona feina. Continua treballant

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  3. ramon dice:

    Veritablament es per sentir-se molt orgullos. Enhorabona Bruno!,

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  4. miry dice:

    llegaras lejos xikitin… estoy muy contenta por ti… ^_^

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