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Es realmente curioso como un simple regreso a la ciudad que te vio nacer, aunque sean por unos pocos días, tiene un efecto tan revitalizante. Lo necesitaba: Sentía una gran y tangible mezcla entre debilidad y abatimiento en mi interior desde hacía ya algún tiempo y la sensación de agobio junto con el anhelo por perder de vista mi habitación y Elverum se habían acrecentado con el paso de los días. Por ello decidí comprar unos billetes para volar hasta Barcelona y poder tener unos días de «recogimiento» junto con mi familia y amigos, algo que puedo jurar, hasta la fecha nunca había experimentado; los que me conocen saben que soy un individuo mas bien poco apegado y sin embargo, esa nostalgia por ver las calles de mi barrio, el familiar olor que solo la Ciudad Condal posee y las risas de papá, mamá y toda la familia que uno pudo escoger, es algo ha ido creciendo y creciendo con el paso del tiempo durante mi gélido invierno interno y externo en la capital de Hedmark

Súbitamente, entre etéreos pensamientos y canciones de indie folk que inspiran los más melancólicos viajes, me hallaba volando hacia casa mientras escuchaba Oh My Sweet Carolina de Ryan Adams y leía «Salvaje» de Cheryl Strayed, un libro que adaptaron a película, que me ha inspirado con cada página y cuyo apellido de la autora reflejaba mi estado actual («strayed» en inglés significa «extraviado»). Mientras terminaba la novela y llegaba al apartado de agradecimientos descubrí la palabra que lleva el título del post de hoy: Miigwech. Es una palabra de origen ojibwe que significa «GRACIAS», no solo en el sentido básico de la palabra; es un GRACIAS totalmente impregnado de humildad. Me encantó esa palabra, su significado incluso su sonoridad. Es por ello que muestro hacia vosotros mi lado más personal un día más. Aún así, dejad que os relate mis días de reencuentros y «recogimiento»… dejad que cuente mi camino hacia el agradecimiento más profundo.

La llegada

Tras posar mis pies en tierra firme en el amplio Aeropuerto de Barcelona, la primera parada era mi barrio de toda la vida, donde se ubica la casa de mis padres y  una vez llegué a Sant Andreu, con jubilo e impaciencia llamé al interfono, con la esperanza de encontrar a alguien en casa. Al cabo de unos segundos, una voz familiar respondió a mi llamada y con voz monótona, mi padre preguntó quien era y yo, con forzada voz gangosa y áspera le dije: «Traemos un paquete para Juan Aldrufeu» (Si, amigos, mis padres no sabían nada acerca de mi visita, solo sabia de mi plan mi hermano, al que acordé con él que no dijera nada. Podía presagiar que sería una muy grata sorpresa). Y efectivamente, cuando mi padre me vio apoyado en la columna esbozando una sonrisa entre mis pesadas maletas, reaccionó sorprendido y emocionado para luego acercarse y darme ese caluroso abrazo que hacía tiempo necesitaba. ¡Dios, cuanto necesitaba un abrazo!.

Tras comer y hacer unas cuantas gestiones, esperé a la llegada de mi madre del trabajo (mi padre, ya jubilado, también quiso ser participe de mi sorpresa y no le dijo nada a ella, simplemente fue a buscarla al trabajo y dejó que se encontrara con el pastel) y su reacción al abrirle yo la puerta de casa fue tan mayúscula como la que fue con mi padre. En ese momento pude sentir cuan necesario era para todos esa congregación y cuanto apreciábamos la compañía de todos nosotros juntos.

Mi hermano vino luego para recibirme con un afectuoso abrazo y para mi sorpresa, darme otra grandísima a mi: tras algunos minutos de permanencia al recibidor, alguien llamó a la puerta y ahí estaba mi mejor amiga Miryam, que vive en Tenerife y cuyas ganas y necesidad por verla solo lo sabe ella (resulta que mi hermano sabía que yo iba de antemano, porque se había confabulado con ella para sorprenderme a mi… cabrones, jajajaja). Cenamos juntos, pudiendo celebrar mi cumpleaños (cumplí los treinta y seis el 27 de febrero y lo pudimos celebrar un día después) y tras despedir a mi isleña predilecta, fui a dormir tras el agotador viaje y las emociones vividas hasta ese momento.

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Durante los días siguientes, mi tiempo fue destinado a visitar aquellas personas que creía importantes debido a sus especiales circunstancias (y desde aquí pido disculpas por no haber podido quedar con el resto de todos vosotros, pero venia por pocos días y aunque en ningún momento quisiera que creyerais que no sois importantes para mi, las personas que si pude ver tenían especiales motivos para ser visitados), por ejemplo a mi amigo Carlos (si, mi estimado amigo que actualmente lucha por su vida), a Lourdes (compañera de aventura noruega que actualmente reside en Barcelona, a la que tengo un gran aprecio y aunque ella no se de cuenta, su presencia me ha ayudado a mí mas que a ella la mía), a Loreto y Sam, casi mi propia familia y padres de Valyria, mi queridísima ahijada (a la que echaba tantísimo de menos ver y por desgracia me pierdo cuanto crece por momentos debido a la distancia) y como no, a Toni y a Lorena, amigos a los que pronto vería durante el fin de semana para realizar lo que mi barbudo amigo llama «Volver a Vivir». Yo lo llamo «Dejar una parte de mi en ese lugar»…. la explicación, llega en breve.

Antes de iniciar el relato de ese fin de semana tan revelador, no quisiera dejar de explicaros antes un poquito acerca de Toni Marcos: algunos los definirían como «ese tío con barba con aspecto de Neanderthal que levanta tractores». Él se definiría a sí mismo como «un puto gordo normal y corriente que hace cosas extraordinarias». Yo sin embargo, me gusta considerarlo como «un hermano, un compañero batallas de barro y sudor, fiel, sincero, honesto, capaz de regalarle a uno su propio pulmón derecho con tal de verle a uno sonreír». El currículum de este barcelonés autodidacta y enemigo a mantener su inquieto trasero en un sofá, habla por si solo: selección catalana de taekwondo (y cinturón negro de dos modalidades de artes marciales que no me atrevo a pronunciar) antes de los veinte años, bailarín de hip-hop, triatleta de ironmans, ex-guardia urbano (duró poco, «me aburría» diría él impasiblemente), diplomado en enfermería actualmente no ejerciendo, Caballero Legionario Paracaidista de la BRIPAC con misiones en Afganistán, Serbia y Kósovo a sus espaldas y mas de ochocientos saltos en sus castigadas rodillas (sin olvidar las dos medallas de la OTAN por servicios distinguidos), entrenador de fitness, spinning, boxeo y MMA, referente en España de las conocidas carreras de obstáculos Spartan Race, primer español en terminar la carrera Spartan Race Ultra Beast de Vermont, Estados Unidos (60 kilómetros y más de 60 obstáculos…. una de las carreras más duras que conoce el ser humano, por no decir la más dura de todas) y sobretodo, un luchador de retos incansable: uno podría podría considerar a alguien así, arrogante, huraño y déspota y sin embargo, Toni es de las personas más honestas y humildes que conozco.

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Cosas de Toni: Saltar en paracaídas, sacar su cámara del bolsillo en pleno salto, hacerse un selfie y guardarse la cámara mientras desciende tranquilamente

Sin ser excesivamente alto y excesivamente corpulento, su presencia allí a dondequiera que va, levanta miradas de respeto y no es para menos: pasea parsimoniosamente con una poblada barba, andares tranquilos, mirada penetrante que comúnmente esconde detrás de unas gafas de sol y una buena colección de tatuajes diseminados por todo el cuerpo que van desde frases inspiradoras hasta las burlonas caras de los dibujos de «Buscando a Nemo» «Minions» y «El Doctor Slump». Es una de esas personas que podrían asemejarse a un pato nadando en un estanque: tranquilo y pausado por encima del agua pero por debajo removiendo las aletas agitadamente y sin pausa alguna. Él, junto con su pareja Lorena, tatuadora profesional (y la culpable de que mi amigo parezca un bonito tebeo pintarrajeado, como diría alguien muy conocido por mi), forman un tándem genial, único e inseparable cuya presencia siempre agradezco.

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Toni, Lorena y yo

Pues bien, tras esta «escueta» presentación, me dispongo a relataros lo acontecido durante el primer fin de semana de marzo. De eso llamado «Volver a Vivir»: ni más ni menos se trataba de iniciar un trayecto en régimen de supervivencia (solo nosotros mismos y lo que lleváramos en nuestras mochilas, es decir, dormir al aire libre y comer al aire libre) a través de los pirineos catalanes: inicio en Queralbs, pasando por Vall de Nuria y finalizando por los cuatro Puigmals, ni mas ni menos que más de 16 kilómetros de trayecto por  las escarpadas crestas y senderos con a un desnivel acumulado de 2000 metros aproximadamente (considerando que Queralbs se ubica a 1000 metros por encima de nivel del mar, por lo tanto, hablo de situarnos a 2972 metros por encima del nivel del mar). Toda una experiencia. En principio, la aventura iba a ser protagonizada por tres personas, Toni, Blai, otro amigo y compañero de fatigas de esta índole y yo, pero por motivos laborales, solo fuimos dos y así es como aconteció:

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«Volver a Vivir»

Tras nuestra llegada a Queralbs a eso de las ocho de la tarde, la oscuridad se cernió sobre nosotros y después de ataviarnos con la adecuada ropa y con nuestras mochilas (y con la cámara de fotos que quería poner a prueba) que nos daban un aspecto más bien a dos individuos que iban de camino a invadir Polonia, empezamos a andar a través de los empinados senderos nocturnos, en completa oscuridad, solo rota por los brillantes faros de nuestras linternas de frontal. Tras una hora y media de pedregoso sendero y empinado aunque por fortuna ausente de hielo y nieve mientras la temperatura iba paulatinamente cayendo a mínimos, llegamos al refugio (por refugio, no me refiero a la casita de Heidi en medio del monte. Es un agujero en la roca que nos permitía descansar sin mojarnos en caso que empezara a llover pero a merced de las temperaturas). Y efectivamente, la fortuna hizo que tras posar nuestros pies al segundo refugio del camino, empezara a llover violentamente mientras el viento iniciaba su feroz desvelo.

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Toni ilustrando el procedimiento de cómo dormir en un saco de dormir en pleno monte

Decidimos pernoctar allí puesto que el trayecto iba a ser más difícil y tratar de hacerlo en plena noche lloviendo seria cuanto menos arriesgado. Dicho y hecho: cenamos con la comida calentada por nuestros fogones, nos preparamos nuestras «camas» y dormimos plácidamente semidesnudos en el interior de nuestros respectivos sacos de dormir (descansar en calzoncillos dentro de un saco de dormir a la intemperie a 1500 metros de altura no es desprecio por la vida propia o chulería ni mucho menos. Es sentido común, puesto que con ropa, uno suda y al transpirar, la temperatura corporal disminuye peligrosamente. Por si alguien lo había pensado), esperando a que la noche pasara deprisa y las inclemencias meteorológicas no nos castigaran en exceso.

Cuando las primeras claridades hicieron acto de presencia, la voz de Toni exclamando una y otra vez «¡Madre Mía!» fue lo que me sacó de mi profundo sueño: todo el paisaje se hallaba ahora bajo un manto espeso de nieve;  efectivamente, lo que al principio fue lluvia, con las bajas temperaturas se tornó nieve y nevó toooooda la noche.

No parábamos de sonreír y al mismo tiempo pensar en lo difícil que sería la jornada ante semejante panorama y tras preparar nuestro equipo, nos dispusimos a desayunar y realmente, ese fue el mejor desayuno que recuerdo desde hace tiempo:

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Hay desayunos que saben a gloria.

Nos hallábamos a mil quinientos metros de altura, desayunando nuestro humeante café y nuestra comida calentada con un simple fogón mientras saboreábamos aquel momento frente las nevadas montañas, percibiendo el olor a monte, a contaminación ausente, a naturaleza, mientras otras personas desayunan en el bar de debajo de su casa, viendo la televisión. Eramos libres y allí queríamos estar. Carpe Diem: saboreamos aquel único y precioso instante.

Iniciamos nuestro ascenso a través del nevado sendero para luego darnos cuenta de lo mucho que había precipitado durante toda la noche: calculando a ojo, entre cuarenta y cincuenta centímetros de nieve por todo el sendero que hacia el avance más que dificultoso. Avanzábamos torpemente a través del camino, mientras los rebecos (isards en catalán) deambulaban en la lejanía, vigilando continuamente lo que hacían dos elementos con barba que avanzaban con nieve por las rodillas mientras nosotros contemplábamos con envidia la agilidad de los bóvidos al recorrer la montaña.Foto 4-3-17 9 07 34

Tras un trayecto que nos pareció algo más que largo, llegamos al siguiente refugio donde decidimos que lo mas sensato es hacer uso de las raquetas de nieve que BESTTRAIL tuvo bien a proporcionarnos. Mientras nos colocábamos las raquetas, llegó un hombre que rondaría la cincuentena, visiblemente acostumbrado a ascender y descender por el camino desde hacia años, nos avanzó velozmente frente a nuestras caras de asombro, con el ego ligeramente herido, pero eso, amigos míos, no nos amedrentó sino al contrario, nos hizo emprender el trayecto con más energía.Foto 4-3-17 9 52 51

Anduvimos cerca de veinte minutos para descubrir mientras avanzábamos con cada vez más dificultad a pesar de las raquetas, que paulatinamente había más y más nieve bajo nuestros pies: aproximadamente un metro de espesor que hacia que nos hundiéramos con cada paso, con cada uso de los bastones. Poco a poco, el silencio iba siendo interrumpido por el sonido de nuestra respiración cada vez más fuerte y más frecuente, armonizando eso si, con el sonido del traqueteo del Cremallera que iba y venia cada veinte minutos (mientras avanzaba en silencio, cansado por el esfuerzo y sin embargo, distraído por el pensar en aquellas personas que rondan aún en mi cabeza, fantasmas que quisiera yo desquitar, me preguntaba que estarían pensando los usuarios del vagón mientras disfrutaban de las vistas y de pronto se encontraban con dos elementos tratando futilmente de avanzar a través de las crestas) . Mirábamos el reloj y era frustrante comprobar que habíamos usado una hora y media de esa jornada para avanzar veinte metros mientras no parábamos de caernos, tropezar, volvernos a levantar, proseguir y volver a caer… fueron casi dos horas eternas.

Finalmente, llevamos a la cima de la cresta donde se ubicaba la Cruz de Riba y al fondo en un sendero que hacia descenso, se hallaba el santuario de Vall de Nuria. Con sinceridad, debo añadir que fueron cinco horas de trayecto completamente extenuantes aunque el esfuerzo valió la pena, podéis comprobarlo vosotros mismos:

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 Completamente extenuados, avanzábamos por los lares de la basílica bajo la atenta mirada de los visitantes, que seguramente pensarían que habíamos venido desde Sebastopol con nuestros atavíos hasta llegar a la área de picnic donde nos desvestimos de nuestras mochilas y chaquetas para hacer una comida de fogón mientras niños y padres que pasaban por allí nos veían como si hubiéramos combatido en Stalingrado. Nuestras caras lo decían todo.

Tras un buen rato descansando y mirando la previsión del tiempo, llegamos a la conclusión de que era inviable llegar al Puigmal en esas condiciones: se acercaba una tormenta y la niebla parecía hacer acto de presencia por la montaña y la experiencia podría tornarse peligrosa y arriesgada así que, hicimos lo más sensato: comprar dos billetes para el cremallera y dirigirnos a Queralbs para una vez allí conducir a Barcelona.

Aunque al principio nos quedamos decepcionados con nosotros mismos, hicimos un muy buen balance positivo de aquella aventura y decidimos que aquella tormenta no nos ganaría la próxima vez, por que volveremos…. ¡Ya lo creo que volveremos!. En mi fuero interno, aquello me sirvió para dejar, finalmente, una parte de mi en esa montaña. (Abajo podéis ver el vídeo de la aventura, haciendo clic a la fotografía)

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VOLVER A VIVIR: EL VÍDEO

Tras la aventura, Toni condujo hasta Rubi, un pueblo cercano de Barcelona, donde me esperaban de nuevo Loreto, Sam y Valyria, que me acogieron hasta el día siguiente, mientras disfrutaba de la presencia de los padres y del cariño de mi querida ahijada que hace que se me caiga la baba con solo verla sonreír. Al día siguiente, mi padre se presentó a su casa para recogerme y antes de despedirme, Sam y Loreto me obsequiaron con un presente brutal (acorde, eso si, a mi condición de pseudovikingo): un cuerno de búfalo escoces con el que puedo tocar como si fuera una trompeta. Debo decir que de momento no he podido sacar ningún sonido decente de el, pero prometo practicar y subir un vídeo haciéndolo sonar en plan vikingo a las puertas del Valhalla.

Los días de visita iban llegando a su fin y tras algunas visitas sorpresa más (me alegro que os hayan gustado mis visitas, Ana y Raquel, un beso muy grande) y cuando llegó el momento de la despedida, hice balance de mi visita y solo puedo terminar con una sola palabra: Miigwech.

Miigwech Papa, Mama, Joan, Marina, Yaya, Miryam, Lourdes, Carlos, Loreto, Sam, Valyria, Toni, Lorena, Ana y Raquel. Gracias por darme algo que necesitaba y buscaba hace tiempo, pues con ello vuelvo a mi hogar de nuevo con las pilas cargadas y con una fuerza que hacia tiempo había perdido. No me olvido de todos aquellos a quienes no he podido ver, prometo en mi siguiente visita veros. A todos vosotros…

Miigwech

P.D: Antes de que se me olvide, ahí va otra noticia: durante mi estancia en Barcelona, recibí un mensaje desde Noruega: Mi actual jefa ha decidido hacerme fijo con un estupendo contrato, así que…. ¡ya soy fijo, madafakas!

comentarios
  1. […] ir solo! (La voz de mi amigo Toni martilleándome la cabeza, recordándome que las imprudencias se pagan caras en este tipo de […]

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